A veces da la sensación de que a este gobierno nada puede salirle bien. Por eso causó gran expectación el nombramiento de Fiscal Nacional, donde el candidato propuesto por la Presidenta Bachelet, el abogado Jorge Abbot, tuvo el riesgo de ser rechazado por el Senado.
Ello ocurría apenas una semana después de que el Senado rechazara a Enrique Rajevic, propuesto por la Presidenta para Contralor General de la República. En nuestra historia democrática reciente es muy excepcional que el Senado, en el ejercicio de sus facultades, rechace un nombre propuesto por el Presidente. Más extraño resulta el que ello suceda en esta administración, en que la coalición gobernante tiene la composición del Congreso más favorable en los últimos 25 años.
Finalmente el gobierno salvó la situación y logró los votos necesarios.
Aun así se pasó susto. ¿Qué podría explicar un desempeño tan errático del gobierno de la Presidenta Bachelet en esta materia?
¿Estamos frente a un caso de lenidad, ineptitud o simplemente falta de sensibilidad?
El ministro del Interior Jorge Burgos es un político serio. Uno puede discrepar de sus posiciones, pero acusarlo de lenidad me parece un exceso. En los nombramientos de las últimas dos semanas se la jugó por las propuestas del Ejecutivo con dispar suerte.
La puesta en práctica de algunas reformas, como la tributaria y la educacional, parecen abogar por la hipótesis de la ineptitud. No hay chambonada que se haya dejado de hacer en esos procesos.
Pero el que el Registro Civil lleve prácticamente un mes en huelga, provocando graves trastornos en la vida cotidiana de los chilenos, nos habla más bien de insensibilidad. Si esta situación no inquieta a las autoridades, tampoco debiera preocuparles demasiado que el cargo más importante en materia de persecución criminal y combate a la delincuencia no fuera llenado a tiempo. Para qué decir lo poco que debiera importarles entonces que nos acerquemos a un año sin Contralor General de la República.
Tampoco parece resultar inquietante para nuestras autoridades que el crecimiento de la economía esté estancado, que no haya prácticamente ninguna inversión importante en el país en lo que va de este gobierno y que un mercado laboral flojo combinado con políticas fiscales y monetarias expansivas empiecen a mermar el poder adquisitivo de los chilenos.
En la política norteamericana se ha acuñado la expresión “pato cojo” para representar la situación de un gobernante que pierde poder. Generalmente ello ocurre hacia el final de su período cuando no puede reelegirse, pues la clase política está más preocupada de quién ocupará en el futuro el poder.
Pero la situación política que vive Chile hoy no puede asimilarse, a mi juicio, a la del pato cojo. Ello porque pese al aparente desorden en la gestión gubernamental, el resultado debe medirse siempre en relación a los objetivos.
Y en ese sentido nuestra situación es peculiar. Si atendemos a la hipótesis de la insensibilidad del gobierno a las preocupaciones principales de los chilenos, lo cierto es que uno puede explicarse que la Presidenta Bachelet no esté tan preocupada.
Ello porque sus objetivos no son resolver los principales problemas que aquejan a los ciudadanos. Sus objetivos son acumular más poder político para sus grupos afines. Confiando en que en el futuro las más de las veces ocuparán el poder político, concentran en el aparato del Estado cada vez más atribuciones, recursos y poder, que le restan a las personas.
Así es como, pese a todas las aparentes derrotas que sufre el gobierno, los políticos manejarán tres puntos más del PIB gracias a la reforma tributaria, decidirán qué colegios y universidades recibirán ayuda de recursos fiscales y suplantarán a los padres y apoderados en muchas decisiones concernientes a la educación de sus hijos, y tendrán a través del dominio político de los sindicatos, el control sobre la producción de bienes y servicios del que habrán despojado a trabajadores y empleadores con la reforma laboral.
La guinda de la torta será una nueva Constitución, que si no es aprobada en este gobierno se convertirá en el tema político del futuro, asegurándose por esa vía de despojar a las minorías de los derechos que aún les quedan.
La cruel figura norteamericana del pato cojo no parece calzar con esta historia. En clave chilena, más bien se aplicaría el también cruel y arbitrario adagio de que no hay cojo bueno.