No podríamos decir que la reciente elección haya producido un big bang en el sistema político, pero hay indicios de que si se consolidan ciertas tendencias que allí se expresaron, estaríamos en transición hacia un nuevo sistema de partidos. En la derecha habría que destacar el surgimiento de Evópoli en un registro más liberal y la irrupción de una derecha ultraconservadora expresada en la candidatura de Kast. Otro tanto podría decirse de Ossandón y su embrionaria idea de una “derecha popular”. En todo caso, estos fenómenos están lejos de amagar por ahora la hegemonía de la UDI (más debilitada y fracturada) y de RN sobre la derecha. Seguramente la gestión de gobierno va a subsumir estas diferencias, pero pueden aflorar con fuerza, a poco andar, frente al tema de la sucesión de Piñera.
Otra de las particularidades de esta elección es que el centro político, como había sido entendido hasta ahora, aparece difuminado con la baja votación de la DC. El “centro” hoy sería más sociológico que ideológico y se movería más por subjetividades sociales -autonomía, individualismo, expectativas de consumo- que por una diferenciación en el eje derecha/izquierda. Estaríamos ante un votante flotante y fluctuante que puede pasar sin muchas disquisiciones de un candidato a otro de signo ideológicamente opuesto. Es difícil que la DC pueda representar a este nuevo votante y lo más probable es que ésta inicie una reconstrucción de su ethos socialcristiano bifurcándose en una vertiente de centroizquierda y otra de derecha.
En la izquierda también quedaron instaladas tendencias significativas. La suma del Frente Amplio (FA) y la izquierda de la Nueva Mayoría bordea el 40%, lo que está sobre la media histórica de la votación de la izquierda en Chile. Se trata, por cierto, más de una potencialidad que de una realidad política. Dentro de los resultados destaca la irrupción de Revolución Democrática como nuevo partido en franca consolidación. Ello dentro del fenómeno más complejo del FA, donde son relevantes los autonomistas con tres diputados, el peso ideológico de Izquierda Autónoma y el factor Mayol, lo que podría dar paso a otras formaciones políticas a mediano plazo. Por otro lado, se debe constatar la caída del PPD que puede ser irreversible porque es identitaria; el estancamiento del PC; y el buen resultado del PS, el actor más fuerte dentro de la izquierda histórica, aunque con ciertas fatigas electorales evidentes. Es probable que se consolide un cierto “empate” entre fuerzas de izquierda emergentes e históricas en el mediano plazo.
No hubo big bang del sistema de partidos, pero sí un movimiento de capas profundas, sociales y culturales, acelerado por el fin del binominal. Dicho movimiento ha comenzado a expresarse en la superestructura política, prefigurando lo que podría ser la irrupción de un nuevo sistema de partidos en los próximos años. (La Tercera)
Ernesto Aguila