Hagamos un repaso de dónde estamos los chilenos. Tenemos un gobierno que a la mayoría de nosotros no nos gusta, es más, nos parece que su acción causa daño al país. Sin embargo, nadie niega que fue elegido democráticamente, y además un tercio de los ciudadanos aprueba su gestión. Ellos piensan que estamos mejor que hace dos años y que las dificultades se deben a factores externos, a la mezquindad de la oposición o incluso a que el Gobierno no ha impulsado sus reformas con la decisión suficiente, según dice la CUT.
Por otra parte, tenemos graves problemas de seguridad: acaban de asesinar a otro carabinero y la conexión venezolana del homicidio del exteniente Ojeda ya ha sido planteada por el propio fiscal que sigue el caso; la economía está delicada; viene una crisis terrible en el sistema de salud, y la educación enfrenta problemas enormes, algunos muy antiguos.
Al mismo tiempo, es necesario reconocer también que el Presidente Boric ha cambiado en muchos aspectos y con alguna frecuencia da señales positivas. Es verdad que su figura es la de un hombre oscilante, pero eso tiene una explicación. Aunque no nos guste, con un tercio de apoyo es perfectamente posible gobernar un país. Probablemente, piensa que si no mantiene contentos a esos sectores, se quedará sin base ciudadana para gobernar. No puede convencer a los suyos para que sean más razonables y sabe que si pierde ese apoyo, se quedará sin sustento para los dos años que quedan.
En esas condiciones, ¿podemos pedirle que apueste de modo claro por los sectores moderados y que haga un gobierno aún más minoritario, pero que se parezca a ese otro yo que nos muestra de vez en cuando? No esperemos de él cosas imposibles, los O’Higgins, los Carrera y los Prat no son frecuentes.
El pronóstico en materia de clima social es malo, porque se vienen las elecciones municipales, y en ellas lo más rentable es extremar las posiciones. Patricio Navia lo ha expresado de modo lapidario: “Temporada de campañas, temporada de polarización”. En estos contextos, dice, se hace muy difícil para los gobiernos conseguir el apoyo opositor para construir puentes o sacar adelante iniciativas polémicas.
Si todo lo anterior es verdad, eso significa que, más allá de lo que pensemos sobre la actual administración, en un año más estaremos peor que ahora: habrá más inseguridad, la crisis migratoria y educacional se habrán agravado, y no contaremos con el ambiente necesario para que aumente la inversión y la economía prospere.
Ante esta situación, podemos seguir insistiendo en las fórmulas actuales, pero no parece que hayan dado resultados positivos. Este gobierno no va a cambiar, solo cabe intentar, por un lado, que haga el menor daño posible y, por otro, que pueda tener éxito en las materias que benefician a todos los chilenos, como es el caso de la seguridad.
¿Qué hacer, entonces? Lo primero es tener claro qué cosas la oposición no debe hacer. Es necesario que ella se olvide de las acusaciones constitucionales, que además han probado ser poco efectivas. Ellas no se crearon para “dar señales”, sino que son un instrumento de carácter muy excepcional. El hecho de que la izquierda haya abusado de ellas en el pasado no constituye una excusa para dejar de ser extremadamente cuidadosos en la materia.
De más está decir que conviene olvidarse por completo de la idea de exigir un cambio en el equipo del Ministerio del Interior. ¿Hay alguien en la oposición que pueda pensar que existe la más remota posibilidad de que en un gobierno liderado por el Frente Amplio y el Partido Comunista pueda haber un equipo más moderado que este o que pueda hacer mejor su tarea? Si es así, lo felicito por su optimismo. No hay que ser mezquinos con Carolina Tohá. Por el contrario, hay que facilitarle su tarea.
Dejo para el final el caso del Presidente Boric. En estos dos años, ya hemos tenido tiempo suficiente para conocer sus virtudes y limitaciones. Hay que entender que su margen de maniobra es muy limitado. No pretendo excusarlo, simplemente constato un hecho. Su pasado le pesa, sus compañeros de ruta le pesan, sus socios de la coalición le pesan, y le pesa su carácter. Sin embargo, es imprescindible reconocer y valorar los gestos que hace. No olvidemos que años atrás era un diputado inteligente, pero imprudente y pasional. ¿Tanto esperaban de él sus críticos que no pueden reconocer hoy sus progresos, cuando hay muchos otros que en estos años han empeorado?
Muchos lectores dirán: “¿Y cómo se pretende que los cuidemos si ni ellos saben cuidarse a sí mismos?”. Aunque fuera así, esa sería precisamente una razón para apoyar las expresiones de sensatez y moderación que podamos advertir en este mal gobierno, para mantener un tono mesurado, aunque cueste, y mostrarle al país que es posible desarrollar una política distinta de la actividad vocinglera que hemos visto en estos tiempos.
Aquí sucede como en las discusiones matrimoniales: si comienzan los gritos, el costo lo pagarán los hijos. Aquí, el hijo se llama Chile. (El Mercurio)
Joaquín García Huidobro