Tomé nota de la opinión del señor Juan Pablo Toro expresada el 13 de enero en este diario. Aunque conozco su posición, esta vez asombra el grado de tergiversación de la realidad en su análisis. Pues, tiene razón el señor Toro, la crisis en Ucrania no se inició el 24 de febrero de 2022. Pero intencionalmente “se equivoca” al poner como punto de partida la proclamación de la independencia de Crimea.
Primero, en febrero de 2014, con el apoyo de EE.UU. y la UE, en Kiev se produjo un golpe de Estado a manos de ultranacionalistas rusófobos rechazado por la población ucraniana de habla rusa. Luego, en marzo de 2014, Crimea, poblada por rusos étnicos, tomó por aplastante mayoría la decisión de reunificarse con Rusia. Tan contundente fue la voluntad popular que solo los más testarudos enarbolaron el ridículo mantra sobre los “pequeños hombres verdes”.
Enfurecida por la pérdida de Crimea, la junta ucraniana comenzó la represión contra las regiones étnicamente rusas de Lugansk y Donetsk (el Donbás en conjunto). En abril de 2014, Kiev envió tropas para suprimir protestas en estos territorios. Las autoridades ucranianas les negaron provisiones básicas, sueldos y pensiones. Se les prohibió enseñar la lengua rusa.
Se desató la guerra civil. Y sí, para 2022 hubo 14.000 muertos y 1,4 millones de desplazados. Solo que al señor Toro se le olvida que las víctimas fueron los habitantes rusoparlantes del Este de Ucrania. La situación tuvo características de genocidio.
La expansión de la guerra civil se abortó en 2015 con la suscripción de los Acuerdos de Minsk aprobados unánimemente por el Consejo de Seguridad de la ONU (Resolución N° 2202 de carácter obligatorio). Rusia fue uno de sus facilitadores. El documento reconoció los intereses legítimos de los civiles del Donbás (gozarían de autonomía dentro de Ucrania) y abrió la posibilidad de arreglar el conflicto interno por la vía diplomática. Pero el régimen de Kiev, secundado por Occidente, saboteó la implementación de los Acuerdos preparándose para la revancha militar. En 2022 lo reconocieron públicamente la excanciller de Alemania, así como expresidentes de Francia y Ucrania: aprovecharon el tiempo para continuar la militarización de Ucrania.
En los años posteriores Ucrania ha ido bombardeando la infraestructura civil del Donbás. Mientras tanto, Rusia no dejó de llamar la atención de la comunidad internacional con tal de resolver el conflicto. Buscamos acuerdos con EE.UU. y la OTAN sobre garantías mutuas de seguridad y a finales de 2021 propusimos tratados correspondientes que fueron rechazados con soberbia.
A inicios de 2022 las tropas ucranianas intensificaron sus bombardeos del Donbás. Más tarde se supo que Kiev había preparado la toma del Donbás para marzo de 2022. En tales circunstancias Moscú reconoció la independencia de Donetsk y Lugansk y el 24 de febrero de 2022 inició la Operación Militar Especial para proteger a la población del Donbás y eliminar las amenazas que emanaban del territorio ucraniano. En septiembre de 2022 Donetsk, Lugansk, Zaporozhie y Jersón se pronunciaron libremente a favor de reunificarse con su histórica Patria durante los plebiscitos, en plena conformidad con el derecho internacional.
No me parece razonable discutir sobre la tesis de que “el conflicto hoy parece estancado”. Los militares responderían mejor. Pero como diplomático estoy de acuerdo: una solución negociada siempre es preferible. Sin embargo, no vemos la voluntad de Kiev ni de sus mentores occidentales para escuchar a Rusia. Ni la mal llamada “fórmula de paz” de Zelenski —de hecho, un ultimátum— ni el “formato de Copenhague” dan para eso.
Por más que Occidente suministre armas a Kiev, silencie y tolere sus crímenes (por ejemplo, recientes bombardeos a los civiles en la ciudad rusa de Bélgorod o la trágica muerte del bloguero chileno Gonzalo Lira en la cárcel ucraniana), imponga sanciones ilegítimas a Rusia, todos los objetivos de la Operación Militar Especial serán logrados. Ucrania será desmilitarizada y liberada de la ideología nazi.
Y lo último. No me corresponde opinar sobre la idea del señor Toro de ofrecer a Santiago como sede de la Cumbre Ucrania-Latinoamérica. Rusia, a diferencia de ciertos países, nunca “recomienda” a Estados soberanos con quién tratar. Esperamos que los países latinoamericanos —Chile entre ellos— realicen su tradicional política exterior sopesada y basada en sus verdaderos intereses nacionales. (El Mercurio)
Sergei N. Koshkin
Embajador de Rusia en Chile