En noviembre de este año hará su estreno el nuevo sistema electoral proporcional para elegir parlamentarios aprobado hace dos años. Se recordará que esta reforma, que puso fin al sistema binominal, fue tenazmente resistida por la derecha que no solo la votó en contra, sino que la impugnó ante el TC. Con este nuevo método, se abren posibilidades para que fuerzas políticas significativas puedan alcanzar representación parlamentaria sin necesidad de integrarse a una lista que saque la primera o la segunda mayoría.
En la medida que los distintos partidos políticos definen sus estrategias presidenciales, se escuchan las voces de expertos, y de otros que no lo son tanto, que hacen augurios o profecías sobre lo que le pasaría a la representación parlamentaria de las colectividades según si integran un pacto con muchos otros partidos o si compiten en lista separada. Huelga decir que, más allá de la intención del analista de turno, y en la mayoría de los casos, las conclusiones de los “estudios” en cuestión terminan siendo munición para favorecer o atacar alguna tesis política mayor.
Comencemos reconociendo lo obvio. Tratándose de un sistema proporcional moderado siguen existiendo, en efecto, incentivos para que los partidos políticos busquen conformar pactos con otros partidos. Como se sabe, las listas que tienen más votos aprovechan mejor los saldos de la cifra repartidora D’Hont. De esta manera, existen contextos en que un 15% en una lista de pacto que logra un 45% global puede ser, efectivamente, más rendidor que ese mismo 15% como resultado total de una lista de partido único (p.e. si se eligen 3 o 4 parlamentarios en dicho distrito).
Dicho lo anterior, es indispensable recordar que el efecto natural del nuevo sistema es que aquellas fuerzas políticas que logren obtener entre el 10% y el 20% de los votos a nivel nacional, distribuidos de modo más o menos parejo a lo largo y ancho del territorio, tienen prácticamente garantizada la elección de una cantidad de diputados y senadores que, aproximadamente, refleje dicha votación.
Deben mirarse con especial cautela aquellos estudios que proyectan hacia noviembre, de manera mecánica, los resultados de las elecciones de concejales de 2013. Más discutible aún es que, a partir de esa proyección de peras sobre manzanas, se vaticine la victoria o derrota de parlamentarios en ejercicio. Cualquiera que entienda un poco sobre política chilena sabe que el arrastre de un parlamentario popular se correlaciona débilmente con la votación de partidos a nivel municipal (cuestión distinta es que contar con alcaldes afines siempre facilitará el trabajo de campaña). Tampoco debiera exagerarse el fenómeno que los estadounidenses llaman coattail effect, esto es, el derrame de votos que recibirían aquellos candidatos a parlamentarios que aparecen en la misma foto que un presidenciable muy popular.
La verdad es que las definiciones presidenciales debieran adoptarse a partir de convicciones de fondo sobre el país y la vocación de representar puntos de vista. El calculismo electoral parlamentario no puede ser el eje central de esa ponderación. Menos aun, cuando algunos de los que opinan sobre cuántas listas convienen se pasan de listos. (La Tercera)
Patricio Zapata