El uso de la violencia en los comentarios de redes sociales ha estado presente en la discusión política en las últimas semanas. Descalificativos como «facho pobre», «flojo que no trabaja», «estudiantes que quieren todo gratis» o «cola facho» son utilizados con liviandad. Incluso, posterior a las elecciones de segunda vuelta presidencial un diputado trató a los votantes simplemente de «idiotas».
En esta columna me haré cargo de uno que me atañe directamente: el «cola facho». ¿Es justo que quienes nos sentimos agredidos con dicho término, junto con vencer el estigma social frente a la homosexualidad, debemos cargar con el miedo de decir lo que pensamos en política?
Soy de la generación del 1987. Últimos años de dictadura militar y crecí en un Estado democrático, en el que desde que cumplí 18 años de edad he podido ejercer mi derecho a voto y participar como ciudadano en diversas instancias como asambleas universitarias, marchas u organizaciones de la sociedad civil.
Una generación de transición en temas LGBT: por una parte, fui víctima de bullyingen el colegio, salí difícilmente del clóset con mis padres a los 20 años ante una sociedad que prefería esconderme; por otra, de la globalización tecnológica y del auge de internet, donde pude encontrar herramientas necesarias para informar y defenderme.
Evidentemente hemos heredado pensamientos políticos de nuestros antecesores derivados de los acontecimientos históricos en nuestro país. Sobre todo, sus visiones respecto del Chile antes y después de la vuelta a la democracia. Con mayor razón corresponde educarnos en temas ciudadanos y aprender a convivir cordialmente con personas que piensan distinto para formar un ideario político propio.
¿Qué puedo decir sobre mi ideario político? Bueno, me cuesta imaginar crecer en un país carente de bienes básicos, en el que había que hacer filas para conseguir alimento y de una inflación de tres dígitos. A su vez, vivir un período en el que se cometieron crímenes de lesa humanidad contra personas que pensaban distinto. Por lo mismo, empatizo con los inmigrantes latinoamericanos que escapan de sus gobiernos totalitarios de izquierda.
Creo que es irresponsable efectuar promesas políticas sin señalar las fuentes de financiamiento y que mientras más crecimiento económico, hay mayor recaudación fiscal para financiar proyectos. Estoy en contra de una reforma constitucional fundada en una asamblea constituyente y no en mecanismos institucionales, en la que ni siquiera se plantee qué modificaciones concretas se quieren introducir. Creo firmemente en el valor del trabajo, del emprendimiento y que hay nuevas prioridades en la sociedad como los cambios tecnológicos o la destrucción del mundo por el cambio climático. Quiero vivir en un país que potencie el avance científico y se fortalezcan nuevos nichos industriales, que no se basen exclusivamente en la explotación de los recursos naturales.
También creo que gran parte de las empresas estatales no funcionaron ni los procesos de nacionalización en una sociedad que debe respetar la propiedad y libertad económica. Hay que replantear el aparato estatal frente a la delincuencia con cárceles colapsadas y no permitir violaciones a los DD.HH. de menores de edad en instituciones públicas. Podría seguir.
Además, sólo como detalle, soy gay. Y por supuesto, estoy a favor del matrimonio igualitario.
¿Cómo es posible conciliar gran parte de mis pensamientos políticos de centroderecha con el hecho de haber votado por el presidente electo que se declaró en contra del matrimonio igualitario?
Mi respuesta ante esa pregunta es que en la elección presidencial voté por Piñera, porque me representó de mejor forma que Guillier en la mayoría de mis planteamientos políticos, excepto en algunos, como el matrimonio igualitario.
Es decir, puse todo en una balanza. Por supuesto, mi candidato me habría representado aún más si hubiera adoptado como premisa el matrimonio igualitario, sin el influjo conservador heredado por las doctrinas religiosas, presentes en partidos políticos de Chile Vamos y también de la Nueva Mayoría. Pero no fue así.
Sin embargo, manifestarse a favor o en contra del matrimonio igualitario no es una idea de izquierda, centro o derecha. Se ubica dentro otro eje: el eje valórico, entre extremos liberal y conservador.
Hace más de cinco años era prácticamente inexistente la representación política para los que pensamos de esta forma, es decir, una centroderecha liberal. Sin embargo, actualmente ya se han consolidado a sus referentes. El excandidato presidencial de derecha liberal en su elección como senador arrastró con su alta votación a otra senadora de la misma lista en su circunscripción. En la misma región, motivado por la tensión entre el conflicto mapuche y aparato estatal, Piñera obtuvo un 62,4% de los votos en esta segunda vuelta.
El cambio legislativo en temas valóricos como también la defensa de los DD.HH. no son monopolio de la izquierda o de la derecha. En su conjunto deben ir evolucionando progresivamente en todos los países. Por algo existen normas internacionales mínimas sobre DD.HH. Por ejemplo, en países con presidente republicano como EE.UU. y de histórica monárquica como Reino Unido es legal el matrimonio entre personas del mismo sexo. El Primer Ministro de Canadá este año pidió perdón a nombre del Estado por históricos crímenes de odio contra la comunidad LGBT.
En el mismo primer gobierno de Piñera se aprobó la conocida «Ley Zamudio», que no sólo incorporó una nueva acción jurisdiccional, sino que trajo consigo un cambio cultural en el comportamiento de la sociedad frente a la discriminación arbitraria. En cambio, en Rusia se prohibió la propaganda homosexual o en China se realizan terapias para cambiar la orientación sexual en hospitales públicos, ambos países de orden socialista.
Y lo que veo en mi entorno social: las nuevas generaciones cada vez respetan más a la diversidad; a mí, en lo personal, por mi orientación sexual, y gran número de mis amigos coetáneos de derecha también están a favor del matrimonio igualitario. Es la generación del recambio, que no invisibiliza a la comunidad LGBT y a otras minorías.
Voté Piñera, porque me representó más. Porque estoy de acuerdo con él en la mayoría de sus planteamientos y no quiero que a nuestro país lo domine la misma izquierda, que ha llevado al retroceso a países vecinos. Sin embargo, creo que nuestro Gobierno debe velar a favor de los proyectos de ley que dignifiquen a todas las personas y seguir el camino de los países desarrollados en temas valóricos, haciendo honor a su ubicación entre los países OCDE. Un rol importante va a jugar la renovación de parlamentarios en el Congreso.
Me da esperanzas leer las declaraciones de Felipe Kast sobre empujar una derecha que se abra al matrimonio igualitario o de Andrés Chadwick indicando que hay que cumplir los compromisos internacionales luego de una reunión con el Movilh, aludiendo al Acuerdo de Igualdad con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, para que Chile impulse medidas como la ley de identidad de género, la adopción homoparental y medidas antidiscriminatorias en salud, educación y trabajo.
Espero que el tono de las descalificaciones baje y que las personas se atrevan a expresar sus ideologías. En nuestro ordenamiento jurídico constituye discriminación arbitraria aquella que es fundada en motivos de orientación sexual y también ideología u opinión política.
A los que han me caricaturizado de «cola facho» les respondo con la mayor naturalidad: con orgullo, soy gay y voté Piñera. (El Mostrador)
Pedro Pizarro