Hace ya algunos años, un político nacional desató una discusión interesante al calificar el exitoso modelo chileno como “una bonita casa ubicada en pésimo barrio”. Por aquel entonces, la economía crecía, la pobreza disminuía, la convivencia ciudadana se asentaba sobre la base del respeto tolerante y dialogante. Los elogios al modelo provenían prácticamente de todo el mundo. Las diferencias con el vecindario eran tan palpables como indesmentibles.
Sin embargo, guste o no, aquella frase sintetizaba un cambio bastante crucial en la mentalidad nacional. El destino del país no tenía por qué estar condenado a compartir los infortunios de la región ni estar amarrado a modas ideológicas. Por primera vez se tuvo consciencia que, para crecer o retroceder, la comprensión objetiva de la variable externa es fundamental.
Transcurrido ya un tiempo de aquello, se asiste a una coyuntura crítica muy grande, que exigirá habilidad, sagacidad, suspicacia, mano firme y mucha más comprensión de la variable externa. Pero también evitar cursilería barata y palabrería hueca, como ese nuevo descubrimiento del mundo progre: “Sur Global”.
Dado que ahora todos estamos entrando en zonas de turbulencia excepcionalmente complejas, sería más apropiado parafrasear al Fausto de Goethe, asumiendo que la superficie planetaria entera está sufriendo erupciones plutonianas. Llena de movimientos telúricos. Es como si Plutón se hubiese apoderado del devenir mundial desatando fuerzas volcánicas, colisionadoras, erosionadoras. En Europa, África, Asia y en cada uno de los océanos se divisan asuntos demasiado graves, capaces de desencadenar una verdadera conflagración. La “casa bonita” debe ser vista ahora en una perspectiva mayor.
El listado de asuntos graves no termina por cierto en Ucrania ni Gaza ni Taiwán, los focos más peligrosos a primera vista. El más complejo hacia el mediano plazo se sitúa en el golfo de Aden, una especie de arteria aorta para los flujos comerciales hacia y desde países occidentales. Allí, el futuro del mundo, incluyendo por cierto el de América Latina, se está jugando con la operación Prosperity Guardian, ejecutada por una fuerza combinada de diez países, encabezada por EE.UU., destinada a enfrentar los retos de seguridad.
Es curioso que, aunque grandes navieras, como la danesa Maersk y la alemana Hapag-Lloyd hayan interrumpido el tránsito por ahí, buscando otras rutas que irán encareciendo los costos de manera muy sustantiva, los países latinoamericanos mantengan una inusitada desaprensión sobre esto. Pareciera que nadie aquilata el peso de lo que ocurre y que, por ejemplo, ambas empresas son la base para el transporte de la carga latinoamericana.
En tanto, otro asunto extremadamente grave es la ligereza, y hasta frivolidad, con que se toma en América Latina el deterioro de la arquitectura multilateral. Especialmente el del sistema ONU. Gaza ha confirmado una vieja sospecha relacionada con una cierta alienación imperante en varias agencias de aquella institución con la lógica del buenismo. Para nadie debiera ser un misterio que todo el sistema ONU se ha convertido en un campo de batalla generalizado, porque las relaciones de poder a nivel mundial se están re-configurando y porque la institución se encuentra atrapada en una inercia poco compatible con la nueva realidad multipolar.
Luego, hay otro tema grave hacia el mediano plazo. Es esa larga hilera de guerras por intermediación (proxy wars) y operaciones en penumbras (shadow ops). Han proliferado grupos armados para-estatales, o derechamente irregulares, para quienes las fronteras de la contra-insurgencia, el contra-terrorismo, las guerras no convencionales y las necesidades de seguridad son demasiado tenues. ¿Cómo puede entenderse que en Sudán -a miles de kms. del teatro principal de operaciones- soldados ucranianos luchen contra mercenarios Wagner?, ¿qué motivos impedirían que Wagner, o cualquier otra empresa dedicada a tales negocios, actúe en latitudes más cercanas?
En los medios de comunicación y ambientes latinoamericanos interesados se observa una asombrosa falta de información respecto a estos y otros asuntos de verdad muy complejos. ¿Habla alguien del despliegue militar húngaro en Chad?, ¿causa pavor que sea un instrumento para detener el flujo migratorio?
Tampoco otras soluciones migratorias no convencionales son analizadas. Varios países europeos, como Gran Bretaña e Italia, han seguido la escuela australiana, optando por terceros países para que actúen como soluciones intermedias; es decir, sean receptores activos. Por ahora, en Rwanda y Albania se crearán centros de albergue para quienes se designa como “migrantes en tránsito por tiempo indefinido”.
Desde el punto de vista político, esta realidad mundial plutoniana obliga a tener presente momentos infaustos y muy dramáticos. Por ejemplo, aquellas decisiones apresuradas, que, junto a un cúmulo de insólitas casualidades, terminaron desatando la Primera Guerra Mundial. No deja de dar un cierto escalofrío la advertencia de Donald Kagan, uno de los grandes historiadores contemporáneos de las relaciones internacionales, sobre la existencia de acertijos y extrañas coincidencias en las litis históricas. Recuerda que el estremecedor Sarajevo está apenas a 400 kms. de Epidamno, el pueblo donde se desató la guerra del Peloponeso.
Si se mira el mapa se verá que Yemen y el golfo de Aden tampoco están muy lejos de allí. Sólo poco más de cuatro mil kms. en dirección sureste. Como se sabe esa es la zona de los hutíes, quienes atacan con misiles, drones y otros artefactos sofisticados a cuanto barco asociado a países o capitales occidentales divisen en el horizonte. Por eso se les suele calificar de temibles.
Sin embargo, la gravedad de todo esto radica en que es inconcebible que tres mil fanáticos musulmanes (de la secta chiíta, zaidí), andrajosos e inmersos en estado tribal, puedan manejar aparatos tan sofisticados. Los hutíes son un simple pretexto para dar sostén a una presencia militar foránea. Yemen no es más que un territorio sin Dios ni ley. Es un no-país.
A veces suele olvidarse que en esta zona del mundo ya existe un avispero, Haití. Las grandes interrogantes son, ¿qué hacer con estos no-países? y ¿cómo reaccionar, si surge uno en territorio continental?
Ante estas dudas se hace visible aquella inevitable discrepancia entre la teoría y la praxis. Los teóricos denominan “Estado colapsado” o “Estado fallido” a estos no-países, pero la praxis demuestra que los asuntos internacionales no son tan fáciles. Si así fuese, una robusta operación de paz y el concurso de organismos multilaterales bastarían para poner de nuevo en pie a un “Estado colapsado”. Pero no es así.
En los no-países hay carencia total de un Estado de derecho. Tampoco existe un autócrata o dictador (tipo Saddam Hussein o Muammar Gaddafi), capaz de evitar el estado de anarquía absoluta.
Por todo esto, la situación internacional demanda más que nunca auto-control, cautela y cabezas muy frías. Mantener una “casa bonita” en estas circunstancias dependerá de muchos factores entrecruzados. Por de pronto, de la identificación de imperativos estratégicos nacionales y de encontrar aliados vitales. El peligro es que se haga popular la creencia en cruzadas de buenos contra malos o la adopción de palabrejas que ocultan ideologismos obsoletos; como ese famoso “Sur Global”. (El Líbero)
Iván Witker