La emergencia vino esta vez del cielo. No fue terremoto, maremoto, volcán ni ríos desbordados. Fue el viento que, como nunca, azotó el centro del país. Y Santiago tremendamente damnificado, por lo que se robó todas las noticias. Cayeron los árboles, y con ellos los postes y tendidos eléctricos en tal magnitud, que no hubo caso de una reposición rápida del servicio, sumiendo en la angustia durante muchos días a cientos de miles de familias: no solo oscuridad, sino alteración completa de la vida cotidiana, además de destrucción en muchos casos y pérdidas derivadas que no han sido menores.
Comenzaron las voces de protesta airada contra las compañías involucradas. El coro político no se hizo esperar: Gobierno, alcaldes y parlamentarios con toda su prosopopeya: todos están en campaña electoral.
Para aclarar las cosas, las compañías fueron incapaces de atender la incertidumbre de la población que no podía esperar indefinidamente. Pero la verdadera tormenta es que en esta emergencia se ha retratado el país. Estamos pagando la cuenta de las improvisaciones y postergaciones del mundo político que, por angas o por mangas, no ha sido capaz de encarar los problemas y señalarnos y convencernos de los verdaderos costos y complicaciones de los más diversos asuntos, pensando solo en un presente estrecho y sin proyección al futuro. Sopló el viento y ahora hay que pagar la cuenta de un país arratonado, incapaz de enfrentar los reiterados embates de la naturaleza que son parte de nuestro territorio.
Ante la emergencia, hay que agradecer una vez más a Carabineros, a Bomberos y a numerosas organizaciones que han prestado su ayuda. Y también a la multitud de personas “buena onda” que por todos lados han aportado con un gesto, con una mano, sin pensar en gratificación alguna.
Esta emergencia nos lleva a ver más claro el temporal educativo que nos azota desde hace mucho: un árbol caído al menos sirve para leña. Un niño-joven caído en la droga-delincuencia criminal es un destrozo tremendo en lo cultural y social. Al bajarlos de los patines solo se les indicó que la meta no estaba en las alturas del esfuerzo sostenido, sino en la bajeza encandilante del pantano que se traga la humanidad de cada uno, transformándolos en factores de disociación y de ruina para la sociedad y para el sostén cultural de la comunidad llamada Chile.
Reponer el sistema eléctrico ha resultado difícil y engorroso. Reponer el tejido social y la fortaleza cultural del país es una tarea inmensa y larga que nos urge. (El Mercurio)
Adolfo Ibáñez