No habría escapatoria posible frente a ciertos desafíos. Sucede con la innovación. Asociada a cualquier posibilidad de progreso, ha pasado a ser una obligación. Quedamos fuera de todo pasaporte de futuro si nos sustraemos a ella. Aún así, hay ámbitos que se le resisten. Un ejemplo lo ofrece la política partidaria donde, de cuando en cuando, surge alguien que dice venir con un revulsivo. Ya vemos cuánto de nuevo, por ejemplo, han traído las primarias. España provee un ejemplo reciente al respecto.
En julio tendrá lugar la sesión de investidura a la que se presentará el PSOE, el partido más votado de las recientes elecciones generales. Aunque la crisis económica que impactó a España en 2008 hizo tambalear al bipartidismo conformado con el PP, el resultado en las urnas confirma su resistencia, así como el ascenso a la tercera posición de Ciudadanos, de original vocación centrista. Los acontecimientos lo enfrentan al motivo de su origen, devenido hoy en dilema: frenar el nacionalismo separatista, en especial el catalán. De lo contrario, la aritmética parlamentaria obligaría a Pedro Sánchez a arrojarse en los brazos de Podemos, independentistas y filo etarras para lograr una mayoría que -no hace falta ser vidente- está lejos de proveer la estabilidad extraviada desde hace una década. Pero Ciudadanos reviste otro atractivo: ofrecer un nuevo paradigma en política, el de un liberalismo progresista que escaparía de la antinomia excluyente de izquierda y derecha. Se trata de la apuesta por una “tercera vía” con voluntad de utilidad, dialogante, transversal, reformista, no dogmática y anti populista.
La reciente renuncia de Toni Roldán, sostén ideológico clave del partido, introduce dudas a lo anterior. Acusó una estrategia de pactos que lo estarían escorando a la derecha con la pretensión de disputarle la hegemonía al PP en ese sector, amén de pactar por vía indirecta con lo que sería su extremo, Vox. El horizonte para el bloqueo parece servido.
Una vez más, frente a la promesa de lo distinto planea el Síndrome de Procusto, arrastrándolo al campo magnético del inmovilismo. En Chile, imposible no recordar el PPD de inicios de los 90, auto erigido como portador “no de ideologías, sino de ideas” o más recientemente Todos, partido “plataforma” en clave de economía colaborativa.
Decía Voy Beyme que todo partido irrumpe como cambio a lo que hay. La innovación partidaria puede ser fijada en un momento, el del impulso inicial. Pasada dicha etapa, cualquier disrupción potencial se ve confrontada con las posiciones y aspiraciones de su líderes. Algunos lo llaman “crisis de madurez”. Sí se puede alcanzar por renglones torcidos como los de una crisis. De ellas emergen reformas donde algunas, con suerte, escapan a convencionalismos, pero siempre bajo una premisa: la del salvataje del propio sistema.