Til Til vive un profundo malestar: una batalla desproporcionada, parecida al cuento entre David y Goliat. Aquí existe un doble estándar político que realmente no se condice con el propósito de bienestar social prometido por Michelle Bachellet. Estamos en medio de una historia que apunta a una institucionalidad risible y con letargo valórico: la aprobación de un relleno sanitario —desperdicios tóxicos provenientes de la tercera a la octava región— en un territorio que hace años luce como el patio trasero de Chile.
Es penosa la decisión que tomó el Consejo de Ministros a puertas cerradas. Los representantes del Estado se inclinaron en unanimidad a favor de una intervención que es injustificada desde muchos puntos de vista, sean sociales, políticos o ambientales. No es novedad esto último, pero se alza como tema país frente a este trago amargo; urge plantear la duda acerca de cuál es la inclinación de ciertos sectores de la política que dan un apoyo más cercano a servir intereses de negocios que a escuchar la voz de quienes que viven allí.
Hoy las personas saben un poco más de Til Til, pero no por lo atractivo de nuestra zona, sino porque se aprobó un proyecto que traerá acá más de 500 toneladas de basura al día, que se suma a la línea férrea que nos une con Santiago y que transporta un 67% de la basura de la capital. Resulta desagradable pensar en el destino que se le está dando al sector donde viven nuestros habitantes.
En otras oportunidades, existiendo más de 30 basurales, también se respetaron en un inicio los estándares de impacto ambiental. Si alguien viniese ahora y sintiera el hedor de los vertederos, ¿qué diría de la agricultura? ¿Que potencia nuestra economía? Más bien, solucionamos más de dos tercios del problema con los desperdicios de cada comuna de la capital, quedando en evidencia la falta de tecnología que en países desarrollados son de uso corriente.
En este sentido, falta más voluntad e inteligencia a la hora de la toma de decisiones, pues aunque estratégicamente cumplimos las condiciones para ser utilizados como almacén de residuos, resulta cuestionable que se le haya otorgado el monopolio comercial a la empresa “Ciclo”, que al adjudicarse un negocio rentable, muestra que los apoyos políticos se inclinan por lo técnico y no hacia el desarrollo comunal. Tenemos derecho a dudar, insisto.
Vivimos en un entorno complejo, un sector contaminado en el cual no hay interés del Gobierno en fiscalizar y promover algún tipo de estudio que evidencie la peligrosidad en la que nos situamos. Un informe del Colegio Médico advertía en mayo las implicancias de una intervención de esta envergadura -43 hectáreas-, revelando el riesgo que sufriría nuestra población por las emisiones tóxicas, entre otros, para nuestras mujeres embarazadas si no se tomaban medidas pertinentes. Esto no es un discurso populista: el propio Andrei Tchernitchin, presidente del Departamento de Medio Ambiente de esa entidad, recalcó las repercusiones de algunos contaminantes, como el arsénico.
No sólo nuestro territorio estaría en peligro, sino también Lampa, Polpaico y Pudahuel. Si no hay una correcta fiscalización en la actualidad —no obstante que el hedor ya es insoportable—, ¿cómo se podría tener control de lo que será peligroso en el futuro?
Til Til recibirá residuos industriales peligrosos, químicos, de hidrocarburos y arsénico, ¿por qué acá? Más del 60% de residuos del país estarían siendo derivados a nuestra comuna. Hago la invitación a que vengan a convivir en un entorno en el cual se ha dado el visto bueno a proyectos sin siquiera conocer el contexto en el que viven las personas e ignorando sus quejas. Hoy hay protestas, ¿mañana habrá también enfermedades? (El Líbero)
Nelson Orellana