Cuidado con catalogar como inapropiada la tarea de observar. La justificada crítica que ha recaído sobre el famoso Consejo, podría convertirse en una causal más de la apatía ciudadana. Como los señores observadores -con independencia de sus cualidades personales- han comenzado su trabajo en medio del descrédito generalizado, sería muy fácil olvidarse de lo importante que es efectivamente… observar.
Sin una mirada atenta a los procesos públicos, como punto de partida, es imposible que los ciudadanos realmente seamos responsables. Por ahí comienza todo, por unos ojos bien enfocados. Después, por cierto -pero solo a partir de los datos que una buena observación entrega-, se puede y se debe entrar a la crítica o a la denuncia, a la confrontación y al debate.
El dichoso proceso de imposición de una nueva Constitución -turbio desde un comienzo y probablemente más oscuro a medida que se desenvuelva la trama de macuquerías- requiere muchos pares de ojos atentos a cada una de sus etapas: a las anunciadas y a las que van a ir surgiendo, como típico fruto de un gobierno que ha hecho de la improvisación una convicción.
Justamente porque en los últimos 25 años se ha ejercitado poco la capacidad de observación, es que se han colado, por inmensos forados, errores, falsedades, descriterios, banalidades.
Los textos escolares de Historia que reparte el ministerio están llenos de mentirotas groseras (hace ya 20 años, desde la Fundación Jaime Guzmán, denunciábamos más de 100 errores, de esos «no forzados»); los programas de las asignaturas humanísticas inducen a los secundarios a creerse todo tipo de cuentos elaborados por las ONG de izquierda; las preguntas de la PSU recogen después esas falsedades y obligan a los jóvenes a consolidarlas mediante la alternativa que se impone como correcta (en estos días, algunos buenos observadores están haciendo la respectiva denuncia); un matinal de TVN festinó el tema constitucional a coro, con gran rating ; la adjudicación de proyectos de investigación en Humanidades ha dejado fuera a muchos postulantes políticamente incorrectos, porque sus enfoques no van con la marea; ¿y la selección de platas en las artes? En fin, ataque usted a la Iglesia, a los ricos, al Gobierno Militar, al modelo, a Jaime Guzmán, a los empresarios, a los Chicago, a la familia tal o cual, y tiene financiamiento asegurado para sus bellezas (y son pocos los observadores que claman por los derechos perdidos o la honra mancillada).
Quizás sea este fantasioso proyecto de imposición constitucional la oportunidad de rehabilitar la capacidad de observación ciudadana. Les corresponderá a las universidades, a los partidos políticos, a los centros de estudios, a los observatorios especializados, a las ONG, a los centros de investigación periodística, a los columnistas, a los vecinos que asistan a las capacitaciones y cabildos, a los colegios de abogados y periodistas, a los programas y espacios de análisis político, a los candidatos ya en campaña.
¿Sería bueno tener un consejo de observadores paralelo, conformado por representantes de todas esas agrupaciones? No, de nuevo, no.
Se trata de que Libertad y Desarrollo lo haga todavía mejor, que Ciper denuncie descubriendo esto o aquello, que la señora Marta cuente cómo la trataron de engatusar en la capacitación, que Estado Nacional cada semana le siga la pista al tema, que la comisión ad hoc de RN no les pierda pisada a los cabildos, que Periodismo de la Alberto Hurtado emita informes sobre la cobertura del proceso en los medios, que los columnistas -chascones, pelucones, mohicanos y peinados, todos- no dejemos de observar ni de hablar. El que calla, otorga.