Tres datos sobre gratuidad

Tres datos sobre gratuidad

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Pasan los días y la pequeña Gratuidad sigue sin nacer.

Por una parte, se trancó la glosa que debía darla a luz en este primer paso legislativo. La Democracia Cristiana parece no tener el ánimo bien dispuesto y después de leer a los Lavados -gracias a la sensatez de sus opiniones- más de algún demo reciente debe haber pensado que valdría la pena volver a la DC del pasado, a esa que promovía el humanismo sin marxismo.

Ahí está el primer dato: la Democracia Cristiana comienza a entender que una gran parte de los chilenos prefiere esforzarse con libertad antes que ser molidos por la maquinaria de la igualdad. Mejor pagar la educación con lo mío a que el Estado me quite a los míos.

Un segundo dato interesante es que las federaciones de estudiantes se están convirtiendo cada día más en grupos de presión cuyos objetivos son, obviamente, pagar menos y obtener más. No les interesa en absoluto la olvidada Calidad, porque doña Gratuidad es la única musa, el único fetiche inspirador, lo que se expresa a través de la formulación de reivindicaciones supuestamente legítimas.

Un letrero verde cuelga en un campus universitario. Dice así. «Petitorio 2015: Matrícula única; arancel año de ingreso; seguro estudiantil; rebaja de arancel a menor carga académica; condonación de la deuda; aumento de becas internas; servicios básicos; departamento de bienestar estudiantil». Las ocho primeras exigencias son, como se ve, económicas. Ni hablar de Calidad. Y el letrero sigue con otras tres demandas, de notable transparencia: «Eliminación del compromiso docente (ni idea cuál será, pero debe eliminarse), más democracia y pronunciamiento sobre reforma educacional».

Y uno que pensaba encontrarse con algo así como «profesores con más dedicación, mejor presupuesto para bibliotecas y mallas curriculares más flexibles». Qué ingenuidad.

El tercer dato es la música.

Acaba de tener lugar el concierto de Pearl Jam en el Estadio Nacional. Asistieron unos 50 a 60 mil jóvenes que pagaron entradas entre los 24.500 y los 114.000 pesos. Como diría el viejo relator deportivo, «dejaron en boleterías» unos 3 mil millones… o más.

¿Quiénes gastaron ese platal equivalente a un total de 100 a 120 carreras completas de la educación superior?

Un grupo está formado por personas que tienen la plata para darse cualquier gusto y que, por lo tanto, de ninguna manera merecerían gratuidad en sus estudios. Otros son tipos que hicieron un gran esfuerzo económico para ver a su banda favorita y que, por lo tanto, tienen perfecta conciencia de que cuando quieren ahorrar para algo que les parece importante, no los detiene nada. Y ambos grupos ya se están preparando, porque vienen los Rolling Stones dentro de poco.

El 2011, sí justamente el año en que se instaló la falacia de la gratuidad en Chile, entre unos y otros, solo en música, los jóvenes chilenos gastaron unos 50 millones de dólares. Algo así como 1.200 carreras completas de la educación superior.

Entendámonos: que cada uno haga lo que quiera con su plata y que sea responsable de sus decisiones ante quien corresponda. Pero que no vengan los socialistas a decirnos que debemos financiar la educación superior de quienes usan los dineros de que disponen -aquí da lo mismo cómo los consiguen- para su bienestar musical, deportivo, recreativo, cultural o de vestuario.

Hace mucho tiempo que dijimos que la gratuidad sería un grave daño a la personalidad de nuestros jóvenes. Falta poco, si se aprueba, para que se convierta en una más de las plantas de ese autocultivo que los llevará hacia un consumo dañino, sin duda el más apto para convertirlos en dependientes del socialismo, en esclavos del Estado.

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