Trump, ¿fuera de guion?

Trump, ¿fuera de guion?

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¿Qué debiera sorprendernos lo de Trump dándole razón a los servicios de inteligencia rusos con Putin a su lado en Helsinki, o nuestra ilimitada capacidad para sorprendernos de alguien como él? Es que uno podría pensar aún más insólito, que a Trump se le haya elegido, tenga alta popularidad todavía, y los republicanos -los hay muy decentes- lo sigan avalando. Obviamente, los Obama y ese mundo comunicacional progresista ensimismado en su autocorrección en todo orden de cosas, fuera de sí tras su derrota, no le hacen mella. Nadie logra frenarlo; recién ahora el ministro de Asuntos Exteriores de Merkel concedió que habrá que prescindir de la Casa Blanca en el futuro.
Lo de un agente de una potencia no amiga gobernando desde Pennsylvania Avenue, además, no es nuevo; es una vieja obsesión del cine hollywoodense. La figura del “maverick” que dispara sin pensar, no mediando provocación alguna, es recurrente en los Westerns. La actitud autolacerante que reprocha la imagen del “Ugly American”, CIA incluida, data de cuando se intervino en Vietnam; Putin debe estar riéndose. Lo que es la chabacanería televisada, los negocios burbujas, ese conjunto de falsedades tan de hoy, tienen a Trump, y nadie más norteamericano que él, como su mascota.
¿Qué tan problema es Trump mismo, y sólo él? La incontinencia verbal sin medir las consecuencias supone audiencias que enganchan, si éstas hasta “retuitean”. Acierta Enrique Krauze calificándolo de “Calígula en Twitter”. Los opinantes “hablo, ergo sum”, tipo Trump, monos con navaja y micrófono, abundan. No olvidemos que afirmó al final de su candidatura que podía haber matado a alguien en la Quinta Avenida de NY e igual no perdería votos.
Un amigo mío, a quien tengo por cuerdo, cero calculador, me trató de convencer, hace poco, que las elecciones se ganan contemplándoles la cara a los votantes, masajeándoles sus prejuicios. ¿Apoderándose de las banderas de lucha de los contrarios, sumándose al descaro, cediendo hasta qué punto? Riesgoso. Arrepentirse no cuesta nada; Trump pasa desmintiéndose. Los más trajinados en estas prácticas llaman pragmatismo a este zigzagueo cínico.
La pregunta que cabe hacerse es qué papel le asignamos a la demagogia, al tongo y a nosotros, su público comparsa. ¿Es que no cabe más alternativa que claudicar ante populismos de derechas o progresistas? En un mundo en que se sabe que a uno lo engañan, pero pareciera dar lo mismo, cuesta medir los límites de la desfachatez. Trump no será su líder -no da para tanto-, pero sí es su más notorio síntoma. Admitámoslo, Trump es nuestra más palpable muestra de descomposición contemporánea elevada a los altares del poder. (La Tercera)

Alfredo Jocelyn-Holt

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