Un buen equilibrio en las bases curriculares- Harald Beyer

Un buen equilibrio en las bases curriculares- Harald Beyer

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El debate sobre el currículum obligatorio y común para tercero y cuarto medio requiere un contexto. La Ley General de Educación aprobada en 2009, producto del álgido debate previo, acordó algunos cambios fundamentales para el currículum nacional. Entre otros, modificó los objetivos generales de la educación básica y media, definió que el currículum sería implementado a través de objetivos de aprendizaje y estableció que el currículum nacional obligatorio no podría cubrir más del 70% del tiempo escolar. Desde ese entonces, sucesivos gobiernos han estado elaborando un currículum que satisfaga las orientaciones de dicha Ley.

En este proceso, el Ministerio de Educación ha elaborado, a través del tiempo, múltiples propuestas que han sido presentadas al Consejo Nacional de Educación (CNED). Estas han contado con el apoyo y evaluación de expertos, además de la participación de cientos de docentes en distintas instancias.

El CNED, organismo independiente, ha ido aprobando gradualmente, en algunos casos después de varios cuestionamientos iniciales, las propuestas del Ministerio de Educación en esta materia. Es decir, se ha utilizado la institucionalidad vigente para arribar a bases curriculares que, como cabía esperar, han sido objeto de mucha deliberación.

Así ocurrió recientemente con las que constituyen el plan común de tercero y cuarto medio, es decir, para las tres modalidades que contempla la ley en esta etapa escolar: científico-humanista, técnico-profesional y artística. A propósito de la presentación de estas bases se ha cuestionado la exclusión de historia (y de otras disciplinas) de dicho Plan. Este contempla solo seis ramos obligatorios: Lenguaje, Matemáticas, Ciencias, Educación Ciudadana, Filosofía e Inglés.

En la experiencia comparada, este es un número relativamente alto de asignaturas obligatorias. Seguramente ello es el resultado, por un lado, del intenso proceso deliberativo que ocurrió durante la preparación de estas bases y, por otro, de la Ley 20.911 (Art. 2º transitorio), que obliga a incluir Educación Ciudadana en tercero y cuarto medio.

Este último mandato puede haber contribuido a que no se incluyera Historia y Ciencias Sociales en el plan común, toda vez que ella se traslapa en cuarto medio de forma prácticamente completa con la nueva asignatura obligatoria. Además, las bases curriculares de séptimo básico a segundo medio incorporan en Historia y Ciencias Sociales muy efectivamente los contenidos que antes estaban en tercero medio. Atendido el proceso y otras restricciones, la elección de estas seis disciplinas obligatorias no parece una decisión arbitraria o poco meditada. Tampoco refleja una nula o escasa valoración de la historia u otras disciplinas y del papel que juega en la formación de los jóvenes. Finalmente, debe elegirse si se quiere dar más espacio a los jóvenes para que definan sus intereses y tengan una oportunidad de aprendizaje más profundo.

Por lo demás, la falta de historia u otra disciplina en el plan común no significa que ellas no estén en el proceso formativo de los jóvenes. Por ejemplo, el plan diferenciado para la educación científico-humanista, también recientemente aprobado por el CNED, permitirá que Historia y Ciencias Sociales, ahora enfrentado de una manera más precisa, sea una opción plenamente vigente para los estudiantes. Y esta posibilidad seguramente les otorgará una comprensión mucho más amplia de los alcances de esta disciplina, algo que no es evidente con las actuales bases curriculares de tercero y cuarto medio.

Un razonamiento similar se puede aplicar a otras asignaturas como Educación Física. Es más, en este último caso, no ha existido la posibilidad de que los estudiantes de la educación técnico-profesional puedan desarrollar esta disciplina. En cambio, ahora se abre esa posibilidad.

Parece haberse alcanzado, entonces, un balance razonable en el diseño de las bases curriculares de tercero y cuarto medio. Algo que se logró con mucha participación e incontables seminarios públicos. Por cierto, no todos han quedado satisfechos. La experiencia internacional no es muy distinta en este sentido. Por eso, quizás debería existir la posibilidad de desafiar el currículum acordado. En particular, se podría permitir que un grupo suficientemente amplio y representativo de ciudadanos proponga una nueva asignatura obligatoria, pero indicando la que debe ser reemplazada. Para darle seriedad a esta propuesta, ella debe ser apropiadamente justificada. Si ese ejercicio se realiza de manera honesta, se podrá comprobar, por un lado, que hacerlo seriamente requiere un análisis de todo el currículum y, por otro, que alcanzar un balance sensato es muy complejo. (El Mercurio)

Harald Beyer

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