Este año 2024 lo iniciamos con el estigma de haber fracasado en un segundo intento de cambio constitucional e inmersos en un clima de incertidumbre en el orden social, económico y de seguridad, que nos demanda reflexionar para avanzar hacia esa incansable búsqueda de justicia social. Estas condiciones no son sanas para la prosperidad de la democracia, menos ante esta polarización política que solo ha agudizado la confrontación e inflexibilidad para alcanzar soluciones, perpetuando un estancamiento que amenaza nuestra convivencia humana.
La confrontación ideológica en la que se ha embarcado la clase política ha erosionado la confianza ciudadana, la ha alejado, sofocando legítimas aspiraciones de contar con cambios significativos en su calidad de vida.
El país se encuentra ávido de un espacio que permita una reestructuración de las fuerzas políticas, desde donde surge la oportunidad de entregar una alternativa para la unidad nacional, frente a dos coaliciones ya desgastadas y que han sufrido procesos espejo —que se vienen desarrollando en su interior—, donde los sectores más moderados han ido perdiendo fuerza, cediéndola a los extremos, abandonando sus mejores cualidades e identidades.
Por ello, es imposible no atender esa motivación de potenciar el rol del centro político, cuyo sello está en razonar sin complejos, inspirados en el diálogo justo, colaborativo y sincero, que emerge como un protagonista que quiebra la lógica del enemigo o adversario, que solo ha fortalecido una rigidez ideológica que ha obstruido el anhelo de convivir entre todos.
La relevancia de articular el centro político está en su principal cualidad: la moderación, que no significa sacrificar los principios propios, sino realzar su potencial, esa capacidad de impulsar acuerdos considerando la diversidad de perspectivas, un puente que permite revitalizar el diálogo fraterno que trascienda las divisiones partidarias.
Un proyecto que promueve un espacio de reencuentro, de volver a pensar nuestra sociedad bajo un compromiso irrestricto por la paz social, contrarrestando la fuerza que emerge en tiempos de incertidumbre, identificada como un escenario fértil para liderazgos antagonistas de la democracia.
Así, se convierte el centro en un desafío ético, desde la concepción de la filósofa Adela Cortina y su convicción, que comparte con Jürgen Habermas, acerca de que el diálogo racional resulta esencial para la construcción de sociedades justas y fortalecidas. Principalmente, frente a estos últimos años, donde se ha ido abandonando progresivamente la conciencia acerca de la deliberación racional como mecanismo para resolver nuestros problemas. Se requiere de esa responsabilidad y compromiso de retomar aquellas formas que nos permitieron antes avanzar de forma más equitativa y solidaria a nivel nacional. (El Mercurio)
Paz Anastasiadis