¿Un nuevo Medio Oriente?

¿Un nuevo Medio Oriente?

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Estamos viviendo un momento potencialmente histórico en Medio Oriente, cuna de la civilización judeocristiana y vanguardia en la lucha por la supervivencia de Occidente tal como lo conocemos. A raíz del ataque del 7 de octubre, Irán ha visto cómo sus principales aliados y proxies —Hamas, Hezbolá, hutíes y el régimen de Assad en Siria— han sido debilitados. Esto presenta grandes oportunidades para aislar al régimen chiita de Teherán y avanzar hacia nuevos acuerdos de paz entre Israel y países árabes, que podrían redefinir la región y encaminarnos a la solución de uno de los conflictos más complejos de la modernidad.

Si afirmamos que Medio Oriente es la cuna de la civilización judeocristiana, debemos comprender su extensa historia. Por ejemplo, fue en esta región donde, hace más de 12.000 años, ocurrió la revolución neolítica: un cambio fundamental que llevó a los humanos a practicar la agricultura, domesticar animales y transitar del nomadismo al sedentarismo. Aquí, hace 5.000 años, los sumerios desarrollaron la escritura cuneiforme, transformando para siempre la manera en que las sociedades registraban su historia.

En este recuento no puede faltar el inicio del monoteísmo y de las religiones abrahámicas. Hace 4.000 años, Abraham escuchó el llamado de Dios y comenzó su viaje desde Ur de Caldea hacia Canaán, lo que hoy conocemos como Israel. Más adelante surgirían el judaísmo, el cristianismo y el islam; el control persa y romano; las cruzadas; el dominio otomano; y, en el siglo XX, el acuerdo Sykes-Picot, que dividió Medio Oriente en mandatos británicos, franceses y rusos. Tras la Segunda Guerra Mundial, el 29 de noviembre de 1947, la ONU aprobó el plan de partición del Mandato Británico para Palestina, un territorio cuyo nombre había sido impuesto por el emperador romano Adriano para romper el vínculo entre el pueblo judío y su tierra ancestral, Judea. El plan contemplaba la creación de dos Estados: uno judío y otro árabe. De acuerdo con lo anterior, el 14 de mayo de 1948 David Ben Gurion declaró la independencia de Israel, dando origen al único Estado judío moderno. Los líderes árabes, sin embargo, rechazaron el plan, aspirando a controlar todo el territorio. Egipto, Siria, Jordania, Líbano, Irak, Arabia Saudita y Yemen declararon la guerra a Israel, pero fueron derrotados, una derrota que todavía lamentan.

Regresando al presente, la derrota de Assad, Hamas y Hezbolá abre un nuevo escenario. Irán, que los financiaba, armaba y dirigía, ha visto reducido drásticamente su poder, quedándole únicamente los hutíes en Yemen con cierta capacidad militar.

¿Y ahora qué? Es el momento de que los líderes de Israel y la Autoridad Palestina, incentivados por la comunidad internacional —sobre todo, los países que apoyan los Acuerdos de Abraham—, estén a la altura y logren un acuerdo que conduzca a una paz definitiva. El vacío dejado por la derrota de Hamas, Hezbolá y Al Assad debe llenarse con perspectiva de futuro y esperanza. En este contexto, nuestro gobierno también debería reconsiderar su postura y abstenerse de tomar partido, como ha sido su tradicional política exterior, pues al hacerlo se excluye de ser un actor relevante en la configuración de un nuevo Medio Oriente.

Termino compartiéndoles una anécdota. Estuve más de diez días en Israel y Palestina, y en un café cerca del aeropuerto Ben Gurion conversé con uno de los empresarios palestinos más influyentes del mundo. Durante la charla, dijo una frase que sigue resonando en mi cabeza: “El futuro de Israel y Palestina está entrelazado. Un Israel fuerte, con buena perspectiva de futuro, es clave para la existencia y prosperidad del Estado palestino”.

Es una de esas frases que cambian el rumbo de cualquier conversación. Más importante aún, invita a revisar nuestra comprensión del conflicto y a entender que estamos en un momento crucial en el que todos, desde nuestro lugar, debemos aportar nuestro grano de arena. Lograr la paz entre Israel y Palestina es también contribuir a la lucha contra el islamismo radical. Porque la paz en la cuna de la civilización judeocristiana será, sin duda, una ganancia para la cultura occidental.

Nicolás Ibáñez Scott
Presidente AthenaLab