El fracaso del proyecto de una nueva Constitución para Chile es ya inocultable; cuanto antes lo admitamos, más posibilidades tendremos de encontrar una solución, porque los enemigos declarados de ese proyecto están a punto de triunfar, o ya han triunfado en alguna medida. Resulta urgente reconducir el Consejo Constitucional para salvar la posibilidad de dar viabilidad a una democracia que responda de manera real y efectiva a la sociedad, porque quienes controlan la mayoría en ese proceso están convirtiendo su proyecto de Constitución en una fuente de odio sectario y mezquindad.
Lo que se ve en el Consejo es un pantano en el que se revuelcan personajes mediocres que ignoran el interés general en beneficio de sus ambiciones personales y ocurrencias tácticas. Republicanos ha tensado la cuerda para contaminar un debate que debería ser tan alto como los desafíos de Chile. En cambio, vemos en ellos una constante fuente de agravios y conflictos.
Hoy no existe un Consejo Constitucional merecedor de ese nombre, un espacio responsable de sus propias decisiones. Se ha convertido en el vivero de futuros caciques locales, desde el tacticismo político de una derecha voraz e insaciable, al servicio de sus líderes y de las necesidades del marketing electoral.
En el Consejo Constitucional la mentira se ha instalado como un recurso rutinario, sin ningún tipo de sanción mediática ni social. La demagogia de las normas que están aprobando ha alcanzado tales proporciones que la toleramos con sonrisas de espanto. Se promete como novedad lo que ya está aprobado en la actual Constitución, y buscan que veamos como avances lo que, en realidad, es perder derechos que se conquistaron en luchas ganadas hace décadas. El Consejo reinventa el pasado y manipula la historia. Mientras los medios de comunicación, inundados de sus declaraciones y debates estériles, son incapaces de ofrecer una mínima cobertura al grosero amasijo de normas mal redactadas y peor pensadas que se nos presenta cada día.
Nada de esto tendría tanta importancia si nuestro actual sistema constitucional hubiera diseñado instituciones sólidas, capaces de resistir mentiras y tormentas, pero la realidad es que no es así. Frente al fracaso del Consejo podríamos acudir al Congreso. Pero el Parlamento se ha hecho una institución irrelevante, en tanto su único rol actual es propiciar un bloqueo permanente a todo lo que proponga el Gobierno del país. Llevamos meses esperando que desde la oposición alguien dé señales de alarma, sin que nadie aparezca para encontrar un punto de acuerdo en los temas legislativos urgentes que deben solucionarse hoy, o los costos financieros y sociales serán altísimos el día de mañana.
Tanto el Consejo como el Congreso parecen más ocupados en rechazar cualquier idea, cualquier reforma, hasta la más simple, sencilla y evidente que proponga el oficialismo, porque lo único que quieren es obstruir por la más mezquina de las motivaciones. Pero aún estamos a tiempo de evitar tener que decir a nuestros hijos que hemos fracasado en la construcción de un proyecto político que garantice a nuestra sociedad un futuro de prosperidad y convivencia pacífica. O renovamos el pacto constitucional para poner al día los valores en los que se sustenta o los enemigos de la democracia chilena acabarán, antes o después, de una u otra forma, por cumplir sus objetivos. (El Mostrador)
Álvaro Ramis