Mucho se habla del desprestigio de la política y de los políticos. Y la mayor parte de las veces, se dice que esto se explica por los escándalos, la corrupción, mala gestión, o las promesas incumplidas. De ahí, surgiría la llamada crisis de confianza, tan de moda en estos días.
Es cierto que todo aquello afecta, pero no parece ser la explicación fundamental. Si la gente muestra un grado de desafección mayúsculo con la política, las causas son más profundas que lo anterior. Algunas pistas de aquello entrega la encuesta CEP publicada esta semana. El resumen es que el país está en otra. Partiendo porque menos del 10% de las personas dice seguir las noticias políticas o siquiera conversar del tema con su familia o amigos. Cerca de dos tercios de los encuestados señala que no se identifica ni con la izquierda, el centro o la derecha.
Lo anterior, sin embargo, no debe confundirse con que a las personas no les interesa o no tienen opinión sobre los temas públicos. La manifiestan y es muy clara. Lo que pasa es que piensan cosas muy distintas, partiendo con la premisa fundamental en la que los políticos basan su acción; que el país está descontento. Los resultados de esta encuesta y de muchas otras indican justo lo contrario. La gran mayoría de los chilenos -un 72%- manifiesta que está muy satisfecho con sus vidas. Esto es así, incluso en los temas económicos, donde el 61% dice que puede financiar sus gastos sin mayores dificultades.
Ahora, estar contentos, no significa que no hayan problemas. Pero, aquí viene una segunda diferencia con los políticos: no comparten las soluciones. Por ejemplo, no se compran para nada la idea de que es el Estado quien tiene que solucionar sus vidas. Por el contrario, creen en el esfuerzo privado. Esto es claro cuando se les pregunta por las razones que explican el éxito, donde destacan la educación, pero ponen al mismo nivel el trabajo responsable y la iniciativa personal. Respecto de las causas de la pobreza, aparece la falta de educación, pero también con mucha fuerza la flojera y la falta de iniciativa, algo que nadie se atrevería a mencionar públicamente.
Tampoco comparten la premisa tan presente en el discurso político actual, de que los ricos son el problema para surgir. Por el contrario, son claros al señalar que, para alcanzar el éxito, se necesita educación, pero también trabajar duro y tener ambición. Provenir de una familia con recursos o los pitutos aparecen como variables muy menores. Para qué hablar de la famosa igualdad. Cerca del 80% señala que los ingresos deben premiar el esfuerzo individual, aunque se produzcan diferencias importantes de ingreso.
En suma, las personas tienen el discurso que los políticos consideran hoy incorrecto.
Nadie se atreve a plantear cosas así. De ahí que nadie se sienta identificado con ellos. De ahí que no les importa lo que hacen o dicen. La solución parece simple: en vez de seguir intentando sin éxito cambiar lo que cree la ciudadanía, lo que deben hacer es representar sus ideas. Esa es, al final, la esencia de la democracia. Por eso, los políticos, en vez de mirar las encuestas para ver que tan mal están, debieran ver lo que quiere el país.