Dos libros recientes, y aparentemente distintos, tienen algo en común. Ernesto Ottone acaba de publicar un breve libro titulado “La Democracia en la Neblina”. Y José Antonio Viera-Gallo publicó una nueva traducción e introducción para “El Príncipe”, de Maquiavelo.
Ottone, con un lenguaje simple y llano, parte con una pedagógica historia sobre la idea de democracia. El libro, que se inicia con esa cita de Bobbio donde confiesa “detesto con toda mi alma a los fanáticos”, reflexiona con argumentos y citas seductoras. Incluso hay algunas sabrosas anécdotas. Por ejemplo, cuando Godofredo Iommi, el poeta y arquitecto de “Amereida”, le pregunta a Louis Aragon en qué consistía el epíteto de “pequeño burgués”. La respuesta del poeta y novelista francés, un comunista acérrimo, fue clara: “no se preocupe por el significado del concepto, en una discusión el pequeño burgués es siempre el otro” (p. 95).
Para Ottone, los valores de la democracia son “la libertad, la igualdad y la dignidad”. Y como la salud, que se aprecia cuando se pierde, estos ideales nos exigen cuidarla. Tenemos muchos ejemplos de la fragilidad de la democracia en América Latina. Abundan los líderes carismáticos. Y para qué hablar del “socialismo del siglo XXI”, esa tragedia populista autoritaria que se inició con Chávez en 1999.
La sociedad liberal está en riesgo. Y en Chile esa democracia liberal que representa(ba) la izquierda, se ha alejado de sus raíces. Según Ottone, cierta “blandura y conformidad” se convirtió en “pereza política” y esto tuvo un costo “para las tendencias liberales-sociales y para la socialdemocracia” (p. 88). Con el realismo de quien ha estudiado, leído y vivido la política, concluye: “si nos ponemos a perseguir quimeras… perderemos también la democracia y la neblina puede terminar siendo reemplazada por una tormenta de arena o de nieve que sepultará nuestra libertad” (p. 117). Pese a esta advertencia, en su libro la llama de la esperanza sigue muy viva.
Viera-Gallo realiza una traducción de “El Príncipe” con notas que guían su lectura. La traducción es simple y accesible. Por ejemplo, cuando en el capítulo XV aparece el concepto de “la verità effetualle della cosa”, Viera-Gallo lo traduce como “hechos verdaderos” (p. 182). Pero lo más interesante es la introducción. Incluso revisa la recepción de Maquiavelo en América Latina (pp. 75-94). Y lo más valioso es su pasión por Maquiavelo, un autor que nunca deja de sorprender.
“El Príncipe” es un libro breve y directo, pero profundo y visionario. Por eso Maquiavelo es el padre de la ciencia política moderna. Para Viera-Gallo: “El príncipe es una obra maestra de ironía, ambigüedad, admonición política, sarcasmo, una descripción descarnada de la realidad, pero esperanzada en el futuro” (p. 15). Su invitación es a “pisar la dura e inescapable realidad” sin que desaparezca esa esperanza republicana que motiva al gran Maquiavelo.
Hay un espíritu y sentido republicano detrás de este libro. Está dirigido a “esa nueva generación” con un llamado a “analizar con objetividad la historia reciente de sus países… con sus luces y sombras. Nunca se parte de cero… En vez de reprochar lo que no se hizo, es conveniente abocarse a realizarlo, salvo que se trate de quimeras fruto de la añoranza y el mito” (p. 100).
Si el pecado de Maquiavelo fue ver la dura y cruda realidad con un espíritu republicano lleno de esperanza, los dos autores siguen su ejemplo. Ambos libros fueron escritos para jóvenes por líderes de la Concertación que vivieron y sufrieron los riesgos del fanatismo y las quimeras. Ambos, a partir de su propia experiencia, comprendieron la importancia de la moderación. Ambos entienden la política como ese justo medio que se aleja de los extremos. Y si ambos persiguen orientar a los jóvenes en las profundidades de la Política (con mayúscula), lo hacen manteniendo viva su esperanza en el futuro.(El Mercurio)
Leonidas Montes