En enero de 2016, por motivos académicos, residí en Washington DC. Eran las semanas previas al inicio de las primarias presidenciales en Estados Unidos. Sabiendo el final de esa historia, no deja de sorprenderme que Donald Trump no era tema en ningún espacio de análisis en la universidad. En la discusión no había posibilidades de que Trump fuera el Presidente de su país. Lo único que se escuchaba era la constatación de que era un liderazgo que humillaba y banalizaba la deliberación, un hombre sin códigos ni pudor para usar cualquier herramienta que le permitiera aumentar su popularidad. La historia, en todas sus aristas, parece conocida.
Durante los últimos días ha sido posible leer certeras columnas que analizan el liderazgo de Pamela Jiles, una política que se ha caracterizado por una performance mediática que esconde la discusión de contenidos y posiciones, y que canaliza todos sus esfuerzos en formas repletas de insultos y caricaturas. De su visión de sociedad sabemos poco y cuesta imaginar lo que podría ser su programa de gobierno, porque como bien dijo Matamala en su columna dominical “no soporta el test del mundo real”. Al menos por los análisis públicos, pareciera ser que hay acuerdo sobre el desempeño de la diputada. Sin embargo, esa sensación ficticia y propia de un diálogo entre quienes somos bastante parecidos (algo muy recurrente en nuestro país), olvida quién tenemos al frente. La encuesta Agenda Criteria del mes de marzo dejó a Jiles como la candidata presidencial mejor evaluada, y los números de la encuesta Activa Research van en la misma línea.
Michael Sandel, en su libro “La tiranía del mérito” nos recuerda como Hillary Clinton se vanagloriaba de haber triunfado en los lugares que concentran el producto interno bruto de Estados Unidos; ella destacaba que su apoyo era de lugares que describía como los que se caracterizan por el optimismo y el progreso norteamericano, profundizando la grieta entre “soberbios y humillados”, poniendo a su vez en un escalón más a abajo a aquellos que apoyaban a quien terminó siendo su Presidente. Nuestra constatación elitista del desempeño de Pamela Jiles no se esfuerza en entender las razones de su apoyo popular, y eso es un problema urgente. Tristemente, muchos actores políticos han preferido seguir su liderazgo, porque saben que concitará apoyo popular fácil, en vez de profundizar en las causas de ese apoyo y construir formas que permitan revincularlos con todos aquellos que ven en la diputada la representación que no habían sentido. Esto último requiere más esfuerzo y es un camino largo que pocos están dispuestos.
Es de esperar que dejemos de poner esfuerzos en denostar ciertas bases de apoyo y comencemos por entender qué es lo que está pasando ahí. Chile no es tan especial como acostumbramos a creer y el final de esta historia ya nos lo contaron. (La Tercera)
Pía Mundaca