Sebastián Piñera tiene la oportunidad de gobernar Chile por segunda vez y de liderar a una nueva derecha. A algunos se les vendrá de inmediato a la mente que me estoy refiriendo a una derecha que esté más corrida al centro. Creo que es un poco más complejo que eso. Lo que necesitamos, a mi juicio, es una derecha que esté.
Sí, simplemente que esté. Que esté preocupada de Chile, de la política y de la gente que la rodea, más allá de su zona de confort. Y que esa preocupación no se manifieste solamente en época de elecciones, frente al peligro de un gobierno de izquierda que arruine al país, sino en todo momento, porque nace de un auténtico interés por la suerte del otro, de aquel que no lo pasa tan bien.
Lo necesitamos en todos los ámbitos. En el laboral y de la producción, con empresas que respeten estrictamente los derechos de los trabajadores al punto de convertirlos en aliados del crecimiento y el éxito empresarial. Que también respeten a los consumidores, no solo entregando productos y servicios de calidad, sino haciéndose cargo de las inevitables fallas que se producen en los procesos productivos y de comercialización, sin caer en el abuso ni la autocomplacencia.
Lo necesitamos en los hogares, donde debiera aceptarse con gusto y satisfacción los beneficios que se otorgan a las trabajadoras de casa particular, en lugar de criticar a la ministra que igualó esos derechos a los de otros trabajadores.
Lo necesitamos en las familias, en los colegios y en los barrios, en que se esperaría que se respete y comprenda a quienes tienen una sexualidad diferente; que no los estigmaticen, no les teman, ni huyan de ellos como si se tratara de leprosos. Porque son personas que tienen igual dignidad y derechos que todos los demás.
Lo necesitamos en la política, donde en lugar de perseguir fines individuales o de imponer una forma de pensamiento a los demás se trabaje en buscar los elementos que nos unen en la defensa de una sociedad en que la persona humana tiene primacía sobre el Estado, en que la soberanía de la voluntad está por sobre una inexistente voluntad colectiva. Así comprenderemos que más allá de diferencias legítimas acerca de cuestiones sociales, económicas y morales, lo que nos debe unir es una férrea defensa a las instituciones de una democracia representativa en que rigen el Estado de Derecho y una economía de mercado, y en que se respeta el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.
Porque esas son la cuestiones que están desafiando nuestros adversarios.
Y debiese estar de acuerdo esa derecha en que, más allá de legítimas diferencias acerca de las bondades de una política u otra y de matices, lo que ha fallado fundamentalmente en Chile en los últimos cuarenta años no es la conducción económica del país, sino su política. Porque ha sido el Estado el que no supo estar a la altura de su desafío para emparejar la cancha para los más débiles, para auxiliar y proteger a los niños vulnerados, para educar a los más pobres y ayudarles con sus problemas de salud, para defender con la justicia y el imperio de la ley a quienes tienen la imposibilidad de hacerlo con sus propios medios. Ese Estado que falla, más que el mercado, causa la insatisfacción y el malestar de muchos.
Y en esa derecha, aceptando convicciones y valores diferentes, no debiera prevalecer la pretensión de algunos de imponer a otros sus concepciones para la vida; ni tampoco la de aquellos que pretenden excluir de la discusión y descalificar, por políticamente incorrectas, las posiciones más conservadoras o que están motivadas por la fe.
No sería consistente entonces con el espíritu de esa nueva derecha el criterio del asunto único, en que toda la participación en política se reduce a una sola cuestión. Porque no se puede ganar el poder con esa política.
Si ese fuera el espíritu de la derecha, la elección del 17 de diciembre estaría ganada y no solo esa, sino también la siguiente, al cabo de cuatro años, una vez concluido el próximo período presidencial.
Sebastián Piñera tiene la posibilidad de liderar esta nueva derecha, con el apoyo de todos nosotros. (El Mercurio)
Luis Larraín