¿Somos libres o creemos serlo? Cuando nuestra prisión y cadenas que nos atan son evidentes, podemos rebelarnos y liberarnos de ellas. Es el caso de los disidentes de los regímenes totalitarios y dictatoriales de la historia. Los “insumisos” que nombra Tzvetan Todorov. ¿Pero qué ocurre cuando, creyendo ser libres, en realidad estamos prisioneros en una jaula invisible o de oro, que nos impide darnos cuenta de nuestro estado, lo que hace imposible nuestra legítima y necesaria insumisión? Esa pregunta me hice después de ver el documental “El dilema moral de las redes sociales”. En él, muchos de los que pensaron o diseñaron el panóptico virtual disfrazado de horizonte de libertad, creativos y creadores de plataformas y programas de Google, Amazon, Instagram, Facebook, dan un testimonio personal que a ratos resulta escalofriante. Después de escucharlos, nos damos cuenta de que tal vez —como el protagonista de la película “Truman Show”— vivimos dentro de un guion escrito por otros (o por Nadie, lo que es más inquietante todavía), en el que nos movemos como ratones en un laboratorio, peces en una pecera, convertidos nosotros mismos en un producto que se transa en un mercado infinito, sin límites. Más que usuarios, somos “productos” disponibles: nos venden y compran (nuestros datos, gustos, opiniones) todos los días.
Se trata de una Matrix (la nueva “Gran Hermana”) que funciona casi con total autonomía, que se les escapó de las manos a sus propios creadores, que creían, ingenuamente, sería un instrumento para hacer un mundo mejor. El nuevo Frankenstein está a punto de provocar una devastación global, hasta ahora silenciosa, tanto o más grave que el cambio climático. Una de sus primeras víctimas: la democracia, porque a esta Matrix le convienen la polarización, las fake news, el que existan tribus enfrentadas, cercadas por murallas informativas que impiden que entre un pensamiento “otro”, la voz y opinión del adversario al que hay que convertir en enemigo. La proliferación de populismos, de izquierda y derecha, tiene que ver con eso. La exacerbación de los conflictos políticos y sociales tiene que ver con eso. Es la peste de la sospecha, que nos está infestando a todos y que pone en cuestión toda verdad u objetividad, y que terminará por hacer imposible toda convivencia y coexistencia en común, puesto que sin un mínimo común de verdad compartida, cualquier orden político democrático es inviable.
El nuevo enemigo de la democracia ya no es el comunismo ni el fascismo, sino este nuevo capitalismo del control —que, por supuesto, favorece a grandes compañías que no tienen ni Dios, ni ley, ni patria—, capitalismo del control al que han terminado por entregarse como sus esclavos o productos no solo los populistas de derecha, sino también los que, declarándose “de izquierda” y “antisistémicos”, también alimentan este siniestro negocio global. Esta nueva batalla por la libertad no será fácil, pues somos los peces de una gigantesca pecera virtual y no queremos que nos quiten el agua en la que “navegamos” todos los días, y pensamos que si se acaba la Matrix, no podremos vivir. Pero —y tal como lo afirma uno de los creadores de esa misma Matrix, ahora convertido en un “insumiso” y disidente—: existe realidad fuera de internet, hay vida allá afuera, afuera de la red donde hemos sido atrapados sin darnos cuenta. ¿Surgirá una generación rebelde que se haga insumisa ante esta nueva, la peor y más eficiente de todas las dictaduras? ¿Dejarán los padres a sus hijos abandonados a una adicción que está llevando a la depresión y el suicidio a millones de adolescentes en el mundo? El documental no debiera llamarse “el dilema de las redes sociales”, porque en realidad el dilema es nuestro, no de las máquinas (que no tienen conciencia ética), y surge desde el fondo inalienable de nuestro ser, como el grito que ha salvado antes al hombre de otras formas de esclavitud en la historia. (El Mercurio)
Cristián Warnken