Como en anteriores reflexiones creo haber asentado sólidamente la tesis de que Chile está plenamente afecto a las evoluciones constantes de la cultura judeo–cristiana–occidental a la que pertenece, podemos confiadamente preguntarle a la historia sobre la perspectiva de éxito de algunas de las propuestas estructurales del estado que se discuten en la asamblea constituyente, cuya tarea sería la proposición de una nueva constitución. Tratando de encontrar algo coherente en lo que allí se discute, lo que no es fácil, me he encontrado con una entrevista interesante entre Fernando Paulsen y un Sr. Atria, que parece ser uno de los más estructurados convencionales elegidos por el Frente Amplio. He decidido comentar los planteamientos que en esa entrevista hizo el Sr. Atria porque, expuestos con buena dialéctica, podrían convencer a un sector de opinión pública más preparado que el de la poblada de bajísimo nivel cultural que conforma la base de dicho movimiento político.
El planteamiento del Sr. Atria se centró en la proposición de una constitución que establezca en Chile un régimen de tipo unicameral parlamentario, en que es una Cámara de Diputados la que no solo le asegura al Poder Ejecutivo la viabilidad de cumplir sin dificultades su programa de gobierno, sino que tiene poder de fiscalización sobre dicho Ejecutivo para obligarlo a ello, bajo el supuesto de que su legitimidad depende de ese fiel cumplimiento. Esa Cámara de Diputados tendría, además, poderes sustantivos sobre organismos tales como la Corte Suprema, la Contraloría General de la República, el Banco Central y el Tribunal Constitucional. Se trata, en suma, de un parlamento unicameral omnipotente, porque tras toda esta estructura prima el principio de que es esa cámara la verdadera y única depositaria de la soberanía nacional delegada por el pueblo.
En el planteamiento del Sr. Atria late la pretensión de gran originalidad y progresismo, pero esa pretensión solo demuestra que no aprobó su curriculum de historia. Ello, porque nada de lo que propone es original y existen en la historia muchísimos ejemplos de utopías intentadas exactamente iguales a esta y, más aún, abundan los sonados fracasos que coronaron esos intentos sin la menor excepción.
Las asambleas omnipotentes no solo han existido reiteradamente, sino que todas han precedido a terribles fracasos, usualmente culminados con la implantación de una tiranía oprobiosa. Es la convención nacional de Robespierre, que protagonizó la época del Terror en Francia y preparó la dictadura militar de Napoleón. Es el Parlamento Puritano de Cromwell, que decapitó a Carlos I y dio acceso al oprobioso Protectorado. Es la asamblea constitucional de Maduro, de la que han huido más de seis millones de venezolanos y que, en su debido tiempo, provocará una dictadura ferozmente reaccionaria. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero creo que los señalados bastan para comprobar las dos cosas que afirmamos: completa carencia de originalidad y completa ignorancia de los males que ese camino produce.
Ahora bien, ¿en qué libro de historia encontró el Sr. Atria ejemplos de buen desempeño de un régimen parlamentario en un estado multipartidista? Yo he repasado febrilmente los 36 tomos de la Historia Universal Siglo XXI (que es la mejor que conozco y en la que cada época es examinada por un erudito experto de fama mundial) y solo he encontrado ejemplos de sonados fracasos. En realidad, en las únicas ocasiones que un régimen parlamentario ha funcionado razonablemente bien es en los estados bipartidistas, en que siempre existe una sólida mayoría que otorga estabilidad al sistema, como es el caso de Inglaterra o el propio Estados Unidos. Hay algunos ejemplos especialmente reveladores, como es el caso de Polonia, que tras la implantación de lo que llamaron la República Regia, en unas pocas décadas pasó de ser la primera potencia de Europa a desaparecer tres veces repartida entre sus vecinos. También sobresale la experiencia parlamentaria de Chile, que entre 1891 y 1925 no solo dejó de ser una de las potencias del ABC, si no que emergió como el paisito de segunda categoría que ha sido a partir de entonces. Con eso a la vista, cabe preguntarse si el Sr. Atria verdaderamente cree en el éxito de un parlamentarismo con una veintena de partidos, una opinión pública extremadamente dividida y con una calidad de electos de la que son buenos ejemplos el actual parlamento y su propia convención constituyente.
En verdad, lo más interesante del planteamiento del Sr. Atria es su convicción de que lo que propone tiene posibilidades de funcionar bien. Y eso es así porque esa convicción es un sobresaliente ejemplo de los dos grandes males, de nivel patológico, que afectan a los políticos de extrema izquierda, y que son el utopismo y el voluntarismo. Muchos de ellos, siendo poseedores de una potencia intelectual nada de desdeñable, sufren de esa incapacidad para distinguir entre lo que desean y lo que se puede. En estas proposiciones siempre está presente el deseo de clavar el devenir de la historia en un punto favorable y crear entonces una rigidez estructural que asegure la tenencia del poder por muy largos periodos. No quiere decir esto que en ese discurso exista la maldad consciente y probablemente sean sinceros al esperar los buenos resultados que pretenden. Donde más se denota la presencia de esos males es cuando se adjudican con orgullo el adjetivo de progresistas, como hace el Sr. Atria y los semejantes a él. En verdad, lo que proponen no tienen ni un solo gramo de originalidad y creen que es progresismo el insistir en soluciones muchas veces probadas y fracasadas porque creen que pueden ser la excepción de un devenir que en realidad es implacable. Y esa incapacidad para apreciar circunstancias reales, los hace pensar en un progresismo que no tiene nada de tal.
En Chile no va a funcionar un régimen parlamentario, no va a derivar en una dictadura proletaria, y no va a funcionar una propuesta constitucional escrita con el hígado y no con la cabeza. Y eso ocurrirá así porque existen factores inamovibles que transforman esas pretensiones en completamente utópicas. En verdad, el único ordenamiento constitucional que tendrá que encontrar Chile pasa por el reconocimiento de unas pocas realidades inamovibles que lo condicionan férreamente: democracia, unidad territorial e igualdad absoluta ante la ley, progreso dependiente de la actividad privada, gobierno capaz de garantizar el orden y la paz social.
Cuando se plantea una utopía a sabiendas de que es eso solo, se ingresa al club del que son distinguidos huéspedes Platón, San Agustín, Milton y Hermann Hesse. Cuando se plantea creyendo su total viabilidad, se ingresa al club de los ignorantes presuntuosos. En realidad, al Sr. Atria le cabe todo el derecho a elegir el club de sus amores. (El Líbero)
Orlando Sáenz