La señora Jeria, madre de la Presidenta, se queja de la falta de patriotismo de los chilenos. Ella no ve una crisis (un momento que afecta a todo el país y en el que el timón, el gobierno, podría ser el responsable), sino solo una falta de patriotismo (una culpa radicada exclusivamente en los ciudadanos de a pie y que daña la acción del gobierno).
La primera mandataria, por su parte, fija también la mirada en el estado de ánimo ciudadano, calificándolo de pesimista y desalentado. Estima que esa sensación no se justifica y de ese modo sugiere que su gobierno se ve perjudicado por una mala percepción ciudadana. Cree que si los chilenos viésemos las reformas como las ve ella, su gobierno no iría a la deriva o camino de la tormenta perfecta ( disputant autores ).
El ministro Eyzaguirre, finalmente, ha agregado que el gabinete es el chivo expiatorio. ¿De quién? Afortunadamente, para el hombre de los patines, en esa dimensión no es la ciudadanía la culpable, sino que ha sido la propia coalición de gobierno la que ha buscado y encontrado en quién centrar sus furias y hacer efectivas las responsabilidades. Pero, de nuevo, el afectado por la acción de otros es el gobierno mismo.
¡Cómo pesa el escuálido 15%! O más bien, ¡cómo pesa el enorme 85%!
Nunca sabremos si las tres opiniones se consensuaron en el círculo de hierro de la Presidenta -mandataria, madre y amigo- o simplemente fluyen de las tres personas porque sus corazones están alineados hace tiempo en la misma concepción.
¿Cuál?
La victimización como reacción al fracaso.
Desde los inicios del gobierno de Allende, las izquierdas no han parado de victimizarse, porque no han dejado de fracasar. De tal modo el concepto de víctima se ha extendido por la sociedad chilena -y lo han promovido esas mismas izquierdas- que a ellas ya les resulta imposible prescindir de esa categoría. La incapacidad para explicar el fracaso como consecuencia de las propias acciones es una segunda naturaleza de las izquierdas. Analice cien declaraciones y verá noventa y ocho en coincidencia: otros son los culpables del propio fracaso y los idealistas de izquierda, siempre las víctimas.
Ha sido Alfredo Jocelyn-Holt quien mejor ha expresado este punto. En La Escuela tomada ha recordado un aspecto «que suele pasarse por alto: que se trata de una izquierda desde hace rato derrotada; una izquierda que vive, o mejor dicho, porta congénitamente, a estas alturas, dicho fracaso sobre su frente y espaldas; hablar de la izquierda es hablar de una sucesión de fracasos», concluye Jocelyn-Holt.
Ese peso histórico -nacional y mundial-, esa enorme carga conceptual, numérica y afectiva de derrotas en buena parte de lo que se ha propuesto es perfectamente conocida por los izquierdistas todos del país y grava su inteligencia y su ánimo. Cuando comprueban que una vez más…, cuando es una certeza que se ha vuelto a producir…, cuando al mirar al resto del continente comprueban que no están solos en su fracaso…, entonces no queda más que la victimización.
Es la etapa terminal de los proyectos fracasados: la búsqueda de culpables siempre allá, nunca acá. Y por cierto, aunque la inmensa mayoría esté allá, falta todavía un paso más en la victimización, para que sea redentora y purificadora: esa inmensa mayoría -los carentes de patriotismo, los pesimistas y desalentados, incluso los propios partidarios furiosos-, ya se sabe, han sido engañados por los empresarios y por la CIA, por los militares y por los curas, por la derecha y por los dueños de los medios de comunicación.
La víctima queda ensalzada, y el nuevo fracaso, justificado.