Violencia: una enfermedad contagiosa

Violencia: una enfermedad contagiosa

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El año 2011, Steven Pinker, doctor en psicología y académico de Harvard, publicó su libro: “Los ángeles que llevamos dentro”, con el subtítulo optimista “El declive de la violencia y sus implicaciones”. Señala que la violencia ha ido perdiendo terreno.

Esta afirmación ha sido fuertemente controvertida por quienes apuntan que la tesis se basa esencialmente en observaciones históricas de Europa, y que la métrica usada para medir el fenómeno de la violencia es precaria. De hecho, lo más probable es que la primera mitad del siglo XX sea recordada como la era de mayor violencia en el registro humano.

La OMS define la violencia como una enfermedad: es “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”. La Clasificación Internacional de Enfermedades incluye más de 100 diagnósticos para las formas de agresión, bajo los códigos X85 a Y09. Ejemplos son lesiones o muerte por arma corta, arma larga, bombas, quemaduras, objetos contundentes, punzantes, mordedura humana, maltrato intrafamiliar, maltrato por cuidadores, violencia contra la mujer, contra menores y contra ancianos.

Según la misma OMS, América Latina es el lugar más violento del planeta y el con el mayor incremento en la tasa de homicidio, con 17,2 por cada 100.000 personas, teniendo Chile hasta 2019 la tasa más baja de Sudamérica, con 3,1, similar a la europea. Venezuela, el mayor crecimiento.

La violencia produce consecuencias importantes en la esfera mental y en secuelas físicas, que pueden ser de por vida, y una gran carga de trabajo para el sistema de salud.

Las variables más relacionadas con la violencia son el abuso del alcohol, el predominio cultural machista, la disponibilidad de armas, el nivel educacional y la desigualdad socio-económica.

En epidemiología, se describe una epidemia como la aparición de un número significativamente mayor de casos que el promedio histórico. Por ello, y siendo la violencia una enfermedad, hay epidemia en muchas regiones. Falta tiempo para valorar si Chile está experimentando ya un brote de este tipo.

El consenso científico apunta a que la violencia es contagiosa. Hay cultura de violencia que se transmite como modelo, en las que el refuerzo positivo dado por el reconocimiento de la comunidad actúa como un estímulo de placer. Asimismo, las neuronas espejo alojadas en el cerebro inducen a una imitación de lo observado en personas cercanas. Por último, y mencionando a Richard Dawkins, las conductas agresivas se trasmiten como memes culturales, modelando conductas sobre todo en la etapa de mayor plasticidad formativa, la infancia. Un menor que crece en un hogar de violencia tendrá muchas más probabilidades de repetir la conducta con su pareja, hijos e hijas, en el trabajo y hasta en una tarde deportiva.

La aproximación a la violencia como una enfermedad altamente contagiosa no se relaciona con la aproximación moral. El énfasis está puesto en que esta patología produce sufrimiento, muerte, y como tal, debe ser mirada también desde la perspectiva de la salud pública.

¿Se puede prevenir la violencia? Las naciones que lo han intentado responden con un rotundo sí. ¿Qué se requiere? En primer lugar, y siguiendo a Kant, concordar que cada persona tiene una dignidad propia, sagrada se diría, de la que nadie puede servirse como medio. Esto obliga a que se declare así en el artículo N° 1 de cualquier Constitución. Segundo, no puede haber distinción alguna de género, etnia, estatus socio-económico o educación en la consideración de esta dignidad. Cualquier forma de discriminación debe ser prohibida, y cada cual ser considerado como un tú (prójimo). Tercero, se debe buscar como principio no solo la igualdad, sino también la equidad; esto es, mayores esfuerzos para quienes parten con mayores dificultades. Cuarto, el monopolio de la fuerza está entregado solo al Estado.

No es aceptable que haya armas en manos de civiles, el consumo de alcohol debe limitarse, la protección de los derechos de la mujer y los niños, fortalecido; la pobreza como incubador de violencia, corregida. Y desde el sistema de salud, establecer un sistema de educación para la no-violencia, centrado en los grupos de mayor riesgo para esta conducta.

El Chile poscovid enfrenta en la epidemia de violencia un desafío histórico. Naciones enteras se derrumban cuando no se actúa preventivamente contra esta enfermedad, que vale la pena insistir, es altamente contagiosa.

Jaime Mañalich M.

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