Con este grito de batalla, Javier Milei hizo lo que hasta hace poco parecía imposible: derrotar al kirchnerismo. Transgresor, con un lenguaje muchas veces agresivo, finalmente fue capaz de interpretar la rabia de la mayoría de los argentinos y neutralizar el miedo que el oficialismo intentó asociar a su figura. El resultado de su gobierno es incierto, su discurso se basa en propuestas tan radicales para lo que es el Estado y la sociedad argentina, después de casi un siglo de populismo, que se ve una tarea prácticamente imposible, más aún en las condiciones políticas que deberá gobernar.
Con todo, el hecho es que Milei ganó y, pese a las muchas diferencias entre ambos países, es interesante mirar lo que hizo para triunfar. Ya veremos después lo que hace para gobernar.
Su discurso es totalmente político; planteó una visión radicalmente diferente del orden social existente. Desmontar el aparato público, reducir los ministerios, terminar con los “parásitos” del Estado, hasta eliminar el Banco Central. No se limita a sostener que el capitalismo es un sistema más justo, sino que va más allá y afirma que es “el único sistema justo”. No ofrece un gobierno mejor, sino uno radicalmente distinto, antinomia que constituye la superioridad esencial de su promesa.
La prosperidad, afirma, proviene de los cinco pilares del capitalismo: propiedad privada, mercados libres, competencia, división del trabajo y cooperación social. El Presidente electo no deja lugar a dudas, solo se puede estar a favor o en contra de la libertad.
De ese primer principio se deriva el segundo: en el universo discursivo de Milei no existen acuerdos posibles con los “enemigos de la libertad”, porque la libertad es un valor intransable. Es obvio que, una vez instalado en el gobierno, tendrá que navegar con el viento en contra que significa el poder político de sus opositores, principalmente en el Congreso. Lo importante es que él se para desde una posición en que sería posible negociar para avanzar hacia la libertad más lento de lo que quisiera, pero nunca podría transigir para perder libertad, esto es imposible desde su racionalidad.
Por último, su tercera característica es que abrazó de inmediato, sin vacilación alguna, al resto de la oposición que le entregó su apoyo, dando una muestra de vocación de poder y valiosa flexibilidad. El rol de Macri y Bullrich son una verdadera lección para las derechas del mundo.
¿Se puede gobernar exitosamente, especialmente a un país como Argentina, con el proyecto de Milei? Indudablemente es difícil, pero en su impetuoso retorno a la política, en esa reivindicación radical de las ideas de la libertad, hay un nuevo aire para las derechas en su disputa, generalmente confundidas y acomplejadas con las nuevas caras del socialismo.
Reconozco que me sorprendió y alegró ver las felicitaciones de algunos políticos chilenos celebrando el triunfo de Milei y las ideas de libertad, mismas que por acá se suelen esconder para competir y transar para gobernar. (La Tercera)
Gonzalo Cordero