La derecha fue capaz de sobrevivir a Jaime Guzmán, que fue asesinado por los comunistas cuando era el líder intelectual indiscutido de la derecha. Después se sobrepuso a la mayor canallada de la política chilena, que fue la falsa acusación a Jovino Novoa; el gobierno de Piñera II fue capaz de sostenerse frente al golpe de Estado millennial. Y ahora sobrevivirá al fallecimiento en un trágico accidente de Sebastián Piñera, el líder político más destacado de la derecha de este siglo. El año 1989 me tocó trabajar con Guzmán y Piñera. Eran distintos pero se respetaban. Ambos tenían en común su fe en Dios y la creencia en la libertad y el respeto a la dignidad de cada persona. Diferían sí en el juicio histórico respecto del golpe de Estado y de la posición que debía tomarse frente a la dictadura. Pero eso no les impidió ponerse de acuerdo y votar en común políticas públicas para el beneficio de Chile. Ahí hay una lección que aprender: sí se puede construir un futuro común, no hay que dejarse dividir por el pasado.
Hoy Chile necesita que la actual coalición deje el poder. No tenemos tiempo para tanta inexperiencia, flojera, incompetencia, corrupción y horterada. Para recuperar Chile debemos hacer varias cosas. Lo primero, construir una coalición amplia desde Demócratas y Amarillos hasta republicanos; tener un programa común; conformar una lista única para las municipales y parlamentarias; y concordar en un candidato que salga de primarias, con el compromiso de apoyar al que gane y que después nadie corra por fuera.
El programa común no tiene que ser muy ambicioso. Bastan 4 ejes comunes y estructurantes: (i) seguridad, (ii) crecimiento económico, (iii) revisión de reformas educacionales, y (iv) racionalización del Estado y del sistema político.
En seguridad, el ejemplo es vital. Si no somos capaces de terminar con las barras bravas, ninguna política tendrá credibilidad. Partan por ahí, recuperen el fútbol para las familias. Sigan con Carabineros, a los cuales se les debe mejorar su capacitación y condiciones laborales y económicas. Y revisen el sistema procesal penal y el sistema de selección de jueces. Finalmente, creen un sistema de inteligencia que funcione, porque con más prevención hay menos represión. En crecimiento económico, eliminen el IVA en vivienda, repongan la tasa máxima de 35% para que chilenos y extranjeros paguen lo mismo, y la exención a las ganancias de capital. Con eso van a estimular el mercado de la construcción y de capitales. El resto vendrá solo. En reformas educacionales, mantengan la gratuidad para el primero y el último año de carrera. Esto facilita ingreso, pero asegura que se queden los que quieren o se la pueden. Los años pagados se financian con CAE. Permitan el copago en los colegios y que al menos el 50% de los niños sea seleccionado por el colegio. Está demostrado que lo que más influye en la calidad de la educación es un correcto alineamiento y compromiso entre la comunidad educativa y el proyecto del colegio. Eso se debilita con un sistema de selección 100% aleatorio. En materia de empleados públicos, prohíban el crecimiento de las plantas, faciliten el despido de funcionarios y dejen de crear entidades públicas que multiplican la burocracia sin mejorar los servicios. Respecto del sistema político, bajen el número de diputados, dispongan que el financiamiento estatal a la política solo vaya a partidos y no a personas, prohíban los subpactos electorales y eliminen candidatos y partidos con menos de 5% de los votos.
Las diferencias ideológicas entre un amarillo y un republicano, o sus distintas miradas a la historia de Chile, se pueden archivar un rato mientras ponemos orden y recuperamos el sentido común, el crecimiento económico y la gestión del Estado. Es más fácil ponerse de acuerdo mirando al futuro y trabajando sobre medidas prácticas y efectivas que sobre ideales políticos y principios abstractos. Tenemos las mejores propuestas, los mejores líderes, la mejor gestión y el apoyo ciudadano para reordenar Chile. Ojalá lo hagamos para que nadie siga preguntándonos ¿cuándo se jodió Chile?, sino que nos pregunten ¿cómo lo rescataron? (El Mercurio)
Gerardo Varela